miércoles, 21 de septiembre de 2016

San Fernando y el Tango: Pracánico

Nos encontramos transitando el mes de las fiestas patronales del vecino municipio de San Fernando, más precisamente la conmemoración de Nuestra Señora de Aránzazu, acaecida el pasado 8 del corriente y queremos reconocer parte del aporte tanguero de ese rincón del Gran Buenos Aires.
 
La construcción de la capilla que honra a la imagen mariana de origen vasco por estos lares surge  en 1806 cuando los vecinos de este pequeño poblado solicitaron la edificación de un oratorio a Don Joaquín Salvador de Ezpeleta, considerado el fundador de la lindante localidad de Victoria. Ezpeleta,  oriundo de la provincia de Guipúzcua y ferviente devoto, también erigió una capilla en su honor en La Matanza allá por 1810 y es por ello que se recuerda esta fecha del santoral...
 
Hecha la presentación queremos recordar a algunos sitios y personajes del tango en los pagos sanfernandinos, especialmente a uno de los más prestigiosos exponentes, Francisco Pracánico (a quien nuestra institución homenajeara en el Bingo King, donde debutara su orquesta), y para ello recurrimos a un muy detallado trabajo del docente, historiador, procurador y abogado Ismael Pozzi Albornoz, emitido por Fm La Barca en la audición N° 109 del programa “Historia del Pago Chico y de la Patria Grande”, correspondiente al lunes 15 de diciembre de 2014 y recogido por el sitio www.sanfernandonuestro.com.ar.

"Sorprende cuando uno mira la película “Bildmakarna” (“Creadores de imágenes”) del director sueco Ingmar Bergman que como fondo musical se escuche el tango Derecho Viejo, y mucho más al conocer que esa clásica creación de Eduardo Arolas es interpretada por el sexteto de Francisco Pracánico, un vecino nuestro. Porque así de universal es su nombre no obstante resulte todavía desconocido para muchos. Lo que no debería ser, porque nuestro San Fernando de Buena Vista aportó a la historia de la música ciudadana una pléyade ilustre de compositores e intérpretes, donde se registran nombres como los de de Verminio Servetto, Adolfo Carabelli, Enrique Mario Francini, a quien recordamos precisamente con una “Esquina de Tango” ubicada en Victoria, intersección de Simón de Iriondo y 11 de Setiembre; a José Dames, Dante Gilardoni, autor de la milonga Baldosa floja; Rodolfo Palomo Mansilla y Carlos Tirigall. Junto al recuerdo de Aída y Vicente D’Onofrio, Rolando Dodero, Eduardo Perri, Vicente Gutiérrez y Antonio Sciamarella. Directores de orquestas como Juan Viera y Lorenzo Pagliano, que juntamente con violinistas como Emilio Musso, director de la típica “Los Astros”, y bandoneonistas como Ielmo Calloni amenizaron los bailes de la zona. Sin olvidar tampoco a excelentes pianistas como Orlando Carabelli, Alberto Barbera, Francisco Valencia y Marcos Larrosa, autor del tango Los cosos de al lao.
Pero de entre todos, destacó por su proyección el bien llamado “Mago de la Música” don Francisco Nicolás Pracánico, que además de ser el hacedor de una producción fecunda de obras y arreglos propios, se caracterizó por saber escoger, con don innato, a los autores de las letras para sus melodías, cargadas de una particular melancolía. Y a recordarlo dedicamos esta nota, como modesto homenaje a quién, pese a que amerita más que títulos suficientes, no ha sido todavía reconocido como un grande de la música ciudadana. Al menos así lo sostiene José Gobello, que en su libro “Mujeres y hombres que hicieron el tango”, publicado en 2002 por el Centro Editor de Cultura Argentina, afirma categórico “…salvo en San Fernando, donde es tenido con todo derecho, como una clara gloria local, su nombre no alcanzó, sin embargo, la repercusión lograda por otros músicos que podrían igualarlo, pero no superarlo”.

Datos para una biografía

Héctor Ángel Benedetti, joven escritor nacido en el vecino partido de San Martín, es otro de los biógrafos de Pracánico y allá por septiembre de 1998 publicó en el N° 13 de la Revista “Tango XXI” una semblanza de nuestro distinguido vecino, contando que “Al porteño de hoy tal vez le cueste imaginar a la ciudad de San Fernando como un pueblo de campo apartado de Buenos Aires, acostumbrado a verla como una prolongación de aquella, con edificación continua y sin un asomo de Pampa Húmeda. Pues bien, hacia 1898 era un paraje remoto, una antesala al Delta. En aquel San Fernando nació nuestro músico y soñárselo de pibe en una tarde lejana, contemplando desde la barranca un carguero que lento y colmado remonta el Luján, sería darle a su semblanza un cariz excesivamente romántico, pero es probable que aquella tarde haya existido. Aunque a decir verdad no hubo demasiado tiempo en su infancia para las barrancas y los cargueros. A los ocho años debió dejar la escuela para ayudar a la economía del hogar como lustrabotas. Fue así que descubrió la música en la calle, al matar las horas sin clientes con una armónica. Después, uno que pasó por ahí le dio una flauta. Otro, una guitarra. Y un vecino generoso le regaló un piano que estaba a la miseria. Con él aprendió música y también restauración: porque para que las teclas volvieran a su posición una vez oprimidas, tuvo que ingeniar un sistema de elásticos para cada martillo”. Y lo dicho es verdad, porque Pracánico nació el 15 de mayo de 1898, cuando ya nuestro Pueblo con su canal y puerto veía prosperar comercios e industrias. En el justo homenaje que este año se le rindió en aquella fecha, su nieta Adriana recordó que “…se llamaba Francisco Nicolás Isidro, Isidro como el labriego, y fue un labriego de la música hasta el día que partió”.
En su semblanza, sigue contando Benedetti, cierto día de 1913 en el que “…faltó el pianista del cine con café, donde Pracánico trabajaba de lava copas, y el público se impacientaba amenazando la integridad del local, su patrón, un señor Lamberti que por ahí pensó ‘desastre por desastre…’, autorizó al muchacho para que lo reemplazara” y después de interpretar El caburé los aplausos probaron que no se había equivocado en la elección. Al año siguiente empezó a estudiar en el conservatorio de Adolfo Carabelli. Poco más tarde ya ganaba 150 pesos mensuales en el Cine-Teatro “Variedades”, y a partir de 1919 actuó en el “Bar Domínguez” como pianista del conjunto dirigido por Augusto Pedro Berto, un cuarteto que completaban José Valota en violín, Dionisio Fuster en flauta y Graciano De Leone en bandoneón. Del mismo se desvinculó para armar su propia orquesta, que inicialmente integraron el mismo Pracánico como pianista y director, Ángel Moncagatti en contrabajo y Eduardo Scagliotti en violonchelo, a los luego se agregarían Gabriel Clausi y Domingo Scarpino en bandoneón, y Manlio Francia y Elvino Vardaro en los violines. Con esta típica actuó en el Jockey Club, el Tigre Hotel, el “Hotel Conte” de Mar del Plata y en el famoso “Chantecler” porteño. Acompañó a Azucena Maizani en la inauguración del teatro “Astral” y allí con él debutó Carlos Dante; luego secundó trabajos de las cancionistas Mercedes Carné, Dorita Davis, Ada Falcón y Carmen Duval.
Cuando en 1925 Maurice Chevalier e Ivonne Vallée actuaron en Buenos Aires, Manuel Romero compuso unos versos a los que Pracánico puso música y que el cantante francés le estrenó con el título de Tango porteño y que luego grabara el mismo Gardel (sello “Odeón”, placa N° 18.299). A su tiempo, Gabriel Clausi – el inolvidable “Chula” – contó en un reportaje dado poco antes de morir y que rescató Néstor Pinsón, que “El bandoneonista José Antonio Scarpino, vecino del barrio, me pasó el dato de que Francisco Pracánico me andaba buscando para trabajar en su orquesta para una temporada en el teatro Astral. Fue en 1926, en ella estaban sus hermanos Domingo y Alejandro, dos buenos bandoneonistas, también integraban la orquesta, Miguel Caló, Domingo Precona y el cantor Carlos Dante. Intervine en casi todas las grabaciones de Pracánico”.
Por su parte los hermanos Héctor y Luis Bates, pioneros en el estudio de nuestra música ciudadana con su “Historia del Tango” publicada en 1936, dicen que “… tal orquesta se conocía con el nombre ‘la de Pancho’, no sólo porque su director era Francisco, sino, razón más poderosa, porque había cierta semejanza entre ‘Pancho’ y ‘Paco’, el nombre de batalla del ya popularísimo Juan Maglio”.
Sin embargo, coinciden los entendidos que Pracánico es recordado antes como autor que como intérprete, seguramente a causa de lo difícil que resulta encontrar los discos que con aquella orquesta grabó para el sello “Electra”, porque en la placa 722 dejó sus dos primeros registros, ambos de 1926, que fueron los tangos Violetita, de Hermes Peressini y Francisco Ruiz Paris (matriz 166) y Abuelito, de Alberto Laporte, Eduardo Trongé y Carlos Cabral (matriz 167). En esa misma sesión, cuya fecha exacta se ignora por carecer el registro del libro ordinal, grabó también Dulce cariñito, tango de Alberto Améndola (matriz 169). Esta última inclusión no fue casual ni obedeció a una elección propia, sino que así correspondió a un pedido del autor que era dueño del sello discográfico.
Como recién en 1927 las grabaciones se hicieron eléctricas, reemplazando al viejo sistema acústico, al imponer el empleo del micrófono en lugar del megáfono las matrices presentaron un sonido de mayor fidelidad. El referido sello “Electra” fue pionero en nuevo sistema cuando su técnico de sonido era Alfredo Murúa, uno de los creadores de nuestro cine sonoro, y esa novedad obligó a realizar diversos cambios más allá de los específicamente técnicos, y uno de los más notables fue en el modo de ubicar a los músicos en las orquestas atendiendo a la sonoridad de sus instrumentos; sin embargo Pracánico mantuvo inalterable su estilo y se negó a hacerlo, sosteniendo que fue con su formación instrumental original como la gente lo había conocido y aceptado; tal actitud resultó muy significativa porque por entonces era director artístico de aquel sello donde continuó grabando hasta el disco 771 (cuyo lado A trae Te están esperando, tango de su autoría, y el B Esta noche me emborracho, tango de Enrique Santos Discépolo.

Sus valiosos aportes a nuestro folclore

También por ese tiempo Max Glücksmann – un empresario que mucho contribuyó a la difusión de nuestra música – era titular de la casa grabadora de su nombre, luego convertida en el famoso sello “Odeón”, y muy conocido por haber creado un original marketing, consistente en realizar concursos anuales de tango que garantizaban al ganador la inmediata difusión del tema premiado que le garantizaba pronta fama.
En total esos concursos fueron nueve, siete en Buenos Aires y dos en Montevideo, y en el del año 1930 que tuvo por escenario el Cine “Electric” y como orquesta animadora a la de Francisco Canaro se amplió la convocatoria a valses y rancheras. Fue así que en este último rubro resultaron elegidas 1º En la palmera de Francisco Lomuto, 2º Hasta que ardan los candiles de Francisco Pracánico y Diego Novillo Quiroga, y 3º Pegándole al cimarrón de Restituto Torres Alonso.
El dato permite apreciar la ductilidad de Pracánico, que lo llevó a incursionar en diferentes ritmos consiguiendo siempre obtener grandes éxitos. De hecho, escribió la música de otras dos rancheras que llevaron letra de Emilio Magaldi: Martín Pescador y Afilador, muy popular esta última en la versión grabada por hermano Agustín.
Otro claro ejemplo de la genialidad musical del sanfernandino lo tenemos con la partitura de Corrientes Poty cuya grabación para el sello “R.C.A Víctor” el 11 de febrero de 1931 convirtió a esa fecha en la de registro del primer chamamé del folclore nacional y el asunto fue así. Por entonces en Buenos Aires era suceso la actuación del cantante paraguayo Samuel Aguayo y su conjunto, a tal punto que la dirección de “RCA” comenzó a recibir innumerables cartas pidiendo grabara música del Litoral. Ante esto, el directivo Juan Carlos Casas le sugirió al intérprete que tratara de comunicarse con el compositor de moda que era Francisco Pracánico para ver si podía escribirle algo. Ante la insistencia del cantor, Pracánico le da el sí e invita a su dilecto amigo Diego Novillo Quiroga para que ponga letra a la partitura que tituló La flor de Corrientes (“Corrientes Poty” en guaraní). Con referencia a esto, cuando el 29 de agosto de 1992 un periodista entrevistó a Samuel Aguayo, este le comentó: “Mi acompañante Novillo Quiroga la iba a inscribir como polka o polkita correntina, como ya se habían inscripto otras canciones, pero Pracánico (uno de los autores y promotor de la grabación) dijo ‘no suena como polka. ¿Cómo le dicen allá?’. Yo sin mucha convicción contesté chamamé. Pues así le vamos a poner, dijo. Y así fue”.
En el marbete del disco, hoy verdadera pieza de colección, se lee como número de registro el 37.241 y en el Lado “A” aparece el tema El precio de mi canción registrado como “canción paraguaya” cuyos autores son Héctor D. Marcolongo y el propio Samuel Aguayo; mientras que en su Lado “B” se registra la obra de Pracánico y Novillo Quiroga como “chamamé correntino”, ejecutado solo con arpa y guitarra. Con las zambas El corazón me robaste y Aunque me cueste la vida probó que también podía ser poeta, y la titulada Malhaya mi suerte con letra de Enrique Pedro Maroni fue grabada por el dúo Gardel-Razzano acompañado por Guillermo Barbieri y José Ricardo en guitarras.

Producción musical

Su primera composición data de 1916 y fue el tango Monte protegido, llamado así en recuerdo de un buque mercante argentino hundido por los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, al que siguieron Tatita y Pampa. A los citados títulos siguieron otros ya citados precedentemente y cuando en 1935 Atilio Mentasti encargó a Homero Manzi y a Sebastián Piana la letra y música de un tango para una película que iba a dirigir Arturo S. Mom, la partitura de Piana no lo convenció optando entonces por pedírsela a Pracánico, quien no solo escribió Monte Criollo – nombre del filme – sino que en la película lo interpretó con su orquesta cantando Azucena Maizani.
Además, para esa misma producción compuso Muchacho del cafetín, tocado en otra escena por Florindo Ferrario. Y en ese mismo año Celedonio Esteban Flores publicó un libro que incluía el poema “Corrientes y Esmeralda” que compuesto el año anterior sirvió de base para la letra del tango de ese nombre y al que Pracánico puso música, como luego hizo con otras tres piezas del mismo autor: Mentira, Si se salva el pibe y Te odio.
Más tarde, con letra de Verminio Servetto, aparecen Perdóname Señor, Pobres flores, Madre y Sombras, estas dos últimas grabadas por Ignacio Corsini y Carlos Gardel, quién lo llamaba cariñosamente “Praca” y le registró un total de 13 temas de su autoría.
De su autoría fue la partitura de la canción Petruska que tenía versos de Vicente Retta y Carlos Virgilio Dumont, y del pasodoble Zulima con letra de Agustín Magaldi. También puso música a Escúchame Manón escrito por Roberto Chanel y Claudio Frollo – del que la Maizani hizo un suceso -, a Hijo del Fango de Carlos Franzino y Carlos Pesce que grabó Ignacio Corsini; y a los tangos Nicanora de Benjamín Tagle Lara y El cielo en tus Ojos de Francisco Bohigas.
Una nota característica en Pracánico fue siempre su buen humor constante y dio prueba de ello cuando puso música a un tango jocoso, escrito por Horacio Subiría Mansilla, cuyo título Enfundá la Mandolina alude a ciertos señores de edad que no aceptando el paso de los años persisten en aspiraciones amorosas con mujeres jóvenes.
Pero la frondosa producción de Pracánico no concluye con los títulos mencionados sino que incluye también: Alhucema, Ciudad de San Fernando después reeditado como Los muñequitos, Cuentas claras, Dejá nomás que se vaya, Lydia, Milonga para Carriego, No volverás a tu barrio, Páselo, Soy cantor, Trapito; ¡Burla!, Auras, ¿Quién Hizo el Tango?, Mírame a mí, Amor de Estudiante, Puñal de Plata, El Camino de Buenos Aires, Amaneciendo, Te Están Esperando, Creo, Mar y Cielo, Virgen de Guadalupe, Poncho Florido, Milongueando, Si tú Quisieras, Chiquita y Gaucho. Y sus últimas obras, Entre dos puertos y Nunca más tu amor, las compuso con la colaboración como letrista de Leopoldo Díaz Vélez.

Colofón

Y aunque este inspirado autor, que legara a Buenos Aires la exaltación de su esquina más emblemática, murió en San Fernando el 30 de diciembre de 1971, al pasar por Corrientes y Esmeralda el tanguero de ley recordando aquella inmortal melodía mantiene vivo el nombre entrañable de Francisco Pracánico."
    

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