Por Rubén Fiorentino
Jornada propicia la del 9 de Julio en la que
además de celebrar nuestra fiesta patria se celebran reuniones de todo tipo en
clubes, sociedades de fomento y centros de jubilados. El Club “Los Abuelos de
Beccar” no podía ser la excepción y programó para esa fecha tan cara a los
argentinos la infaltable comida característica, el locro, y para amenizar a la
concurrencia la puesta en escena de un singular “Patio de tango” que los
entusiastas “chiquilines de otro tiempo” supieron tomarse con total responsabilidad
y esmero.
Un cuidado decorado donde no faltaban la puerta y la ventana que
daban al patio, lugar donde luego se desarrollarían las distintas secuencias de
esta trama, vestían las instalaciones del salón de la calle Formosa. Las
paredes mostraban réplicas de pinturas de Sigfredo Pastor que recreaban escenas
tangueras y no faltó tampoco alguna que otra silla y una mesa donde se
destacaba un bandoneón desplegado.
Me cupo a mí el honor de abrir la reunión
con un ilustrativo prólogo, escrito por Norma Philipp, que hablaba de los
orígenes del tango y hacía hincapié, fundamentalmente, en la costumbre inicial
de bailarse entre hombres. En tanto me dirigía al expectante público, detrás
de la citada escenografía, los actores de la función que luego habría de
desarrollarse cuidaban los últimos detalles para entrar al ruedo. Demás está
decir que muchos de ellos, debutantes absolutos en estas lides, esperaban con
sumo nerviosismo su momento y es natural que ello sucediera.
Como veríamos luego, al patio no le faltó nada. Desde la solícita anfitriona que hilvanaba cada una de las secuencias hasta el trovero que llegaba para ofrendarle la serenata a su amada. Tampoco la timorata “Julieta de yotivenco” como diría Julián Centeya, las milongueras, el pollo del patio, aventajado bailarín al que acudían hombres y mujeres para que los introdujera en los secretos del baile. El patadura en estas cosas de la danza llegaba con la esperanza de convertirse en un émulo de Benito Bianquet y "Tita de Buenos Aires” nos regalaba primero uno de sus tangos característicos para ofrendarnos luego un momento danzante con esa suerte de Ricardo Scandroglio, “El pollo Ricardo”, para asociarnos al apelativo usado en la obra para el personaje.
Llamaba la
atención como cada movimiento de los protagonistas era abordado por cada uno de
ellos con particular celo, esmerándose por no cometer errores y guardar ese
sincronismo que seguramente le demandó muchas horas de previos ensayos. Se veía
además suma creatividad y buen gusto en cada una de las escenas que se jugaban, lo que hacía las delicias de quienes nos felicitábamos de haber concurrido a
presenciar semejante muestra. El plato fuerte aguardaba para el final donde
irrumpe en escena “la rubia Mireya” y el “paganini” que le “garpa” la “pilcha”, que volvían de la “milonga del centro”. Con los momentos danzantes que nos
regalara la hermana de nuestro querido y recordado “Chiche” y su ocasional
pareja de ficción se cerraba una pintura costumbrista que venía perfecta para, precisamente el 9 de Julio, revivir situaciones que pertenecen a expresiones
auténticas de nuestra cultura nacional.
Bien por los muchachos de la tercera
edad que sin pudores se manifiestan de esta forma, bien por Norma, que
mostrando la hilacha de sus raíces tangueras es la impulsora de estos intentos artísticos y bien
por Eduardo Willis y compañía que se esfuerzan para que el club “Los Abuelos de
Beccar” sea el lugar de contención, esparcimiento y confraternidad que siempre soñaron y de
paso nos dan una mano a todos los que bregamos por mantener siempre viva la llama
del tango en esta Zona Norte del Gran Buenos Aires.
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