martes, 9 de julio de 2013

Patio de Tango

Por Rubén Fiorentino
Jornada propicia la del 9 de Julio en la que además de celebrar nuestra fiesta patria se celebran reuniones de todo tipo en clubes, sociedades de fomento y centros de jubilados. El Club “Los Abuelos de Beccar” no podía ser la excepción y programó para esa fecha tan cara a los argentinos la infaltable comida característica, el locro, y para amenizar a la concurrencia la puesta en escena de un singular “Patio de tango” que los entusiastas “chiquilines de otro tiempo” supieron tomarse con total responsabilidad y esmero. 
Un cuidado decorado donde no faltaban la puerta y la ventana que daban al patio, lugar donde luego se desarrollarían las distintas secuencias de esta trama, vestían las instalaciones del salón de la calle Formosa. Las paredes mostraban réplicas de pinturas de Sigfredo Pastor que recreaban escenas tangueras y no faltó tampoco alguna que otra silla y una mesa donde se destacaba un bandoneón desplegado. 
Me cupo a mí el honor de abrir la reunión con un ilustrativo prólogo, escrito por Norma Philipp, que hablaba de los orígenes del tango y hacía hincapié, fundamentalmente, en la costumbre inicial de bailarse entre hombres. En tanto me dirigía al expectante público, detrás de la citada escenografía, los actores de la función que luego habría de desarrollarse cuidaban los últimos detalles para entrar al ruedo. Demás está decir que muchos de ellos, debutantes absolutos en estas lides, esperaban con sumo nerviosismo su momento y es natural que ello sucediera. 



Como veríamos luego, al patio no le faltó nada. Desde la solícita anfitriona que hilvanaba cada una de las secuencias hasta el trovero que llegaba para ofrendarle la serenata a su amada. Tampoco la timorata “Julieta de yotivenco” como diría Julián Centeya, las milongueras, el pollo del patio, aventajado bailarín al que acudían hombres y mujeres para que los introdujera en los secretos del baile.  El patadura en estas cosas de la danza llegaba con la esperanza de convertirse en un émulo de Benito Bianquet y "Tita de Buenos Aires”  nos regalaba primero uno de sus tangos característicos para ofrendarnos luego un momento danzante con esa suerte de Ricardo Scandroglio, “El pollo Ricardo”, para asociarnos al apelativo usado en la obra para el personaje. 
Llamaba la atención como cada movimiento de los protagonistas era abordado por cada uno de ellos con particular celo, esmerándose por no cometer errores y guardar ese sincronismo que seguramente le demandó muchas horas de previos ensayos. Se veía además suma creatividad y buen gusto en cada una de las escenas que se jugaban, lo que hacía las delicias de quienes nos felicitábamos de haber concurrido a presenciar semejante muestra. El plato fuerte aguardaba para el final donde irrumpe en escena “la rubia Mireya” y el “paganini” que le “garpa” la “pilcha”, que volvían de la “milonga del centro”. Con los momentos danzantes que nos regalara la hermana de nuestro querido y recordado “Chiche” y su ocasional pareja de ficción se cerraba una pintura costumbrista que venía perfecta para, precisamente el 9 de Julio,  revivir  situaciones que pertenecen a expresiones auténticas de nuestra cultura nacional. 
Bien por los muchachos de la tercera edad que sin pudores se manifiestan de esta forma, bien por Norma, que mostrando la hilacha de sus raíces tangueras es la  impulsora de estos intentos artísticos y bien por Eduardo Willis y compañía que se esfuerzan para que el club “Los Abuelos de Beccar” sea el lugar de contención, esparcimiento y confraternidad que siempre soñaron y de paso nos dan una mano a todos los que bregamos por mantener siempre viva la llama del tango en esta Zona Norte del Gran Buenos Aires. 




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