Por Rubén Fiorentino
No es fácil hilvanar las palabras cuando el
dolor es hondo y está todo tan fresco aún. Si bien sabíamos que era previsible
que ocurriera lo que fatalmente sucedió, siempre esperábamos el milagro de
volver a verlo prendido al talle de una dama en esas milongas callejeras que lo
contaban como uno de sus protagonistas.
Vivió prodigándose a su prójimo al
mejor estilo cristiano, crió a sus nietos, se brindó por el Colegio 501 de
Martínez de chicos con capacidad diferente haciendo las tareas que se requirieran,
albañil, pintor, plomero, carpintero o acaso burlándose de los años acumulados,
oficiando de aventajado cadete realizando trámites de toda índole. Cuidó con
celo la Plaza 9 de Julio volviendo a hacer andar esa fuente tan característica
que había dejado de funcionar y tantas cosas más.
Que decir la labores
desplegadas en el Centro Cultural que fueron desde la colocación de placas a
los referentes del tango, trepándose con sus ochenta y tantos a cuestas a
escaleras con la agilidad de un muchacho, ubicando las pertenencias de la
institución, ya sin un espacio físico propio, en lugares seguros para poder
rescatarlas un día o cobrando deudas pendientes cosa que parecía imposible
concretar.
Pero claro, más importante que todo lo enunciado es habernos regalado
su don de gente que lo acompañaba en cada uno de sus actos como si fuera su
sombra. Las “tabas” cada vez le daban menos pero no faltaba a las semanales
citas con la milonga en su adorada plaza. Tampoco dejó de concurrir a la
reunión anual organizada por el ejecutivo comunal en reconocimiento a las
entidades no gubernamentales ni a la cena de camaradería con la que el Centro Cultural suele cerrar
cada año de gestión.
Jorge Gatti lo apodó “el pegador” por las placas que
colocara dedicadas a recordar el centenario de la fundación de la Plaza 9 de
Julio, la que se le tributara a esa trilogía de cantores que moró en Martínez,
Aldo Campoamor, Argentino Ledesma y Roberto Rufino, la que en el barrio “La
Calabria” de San Isidro recuerda a Raúl Iriarte y las que en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires distinguen los sitios donde vivieran Roberto Grela y Juan
D´Arienzo. A propósito de esta última hay una inolvidable anécdota que no
quiero dejar de narrar. Era la hora señalada para el descubrimiento, estaban
presentes entre otros el Secretario de Cultura de la metrópoli, los ex cantores
del “Rey del compás” Horacio Palma y Osvaldo Ramos, la sobrina nieta del autor
de El vino triste, Patricia, la viuda de Jorge Vidal, el músico y compositor
Primo Antonio y algunas otras personalidades que escapan a mi memoria. Por el
Centro Cultural, Gatti y un servidor tratando de hacer de anfitriones a un
descubrimiento que se dilataba por falta de placa y “pegador”. Cuando era pibe
mi madre y las madres de mis amigos solían decir, cuando nos portábamos mal,
que: “le íbamos a hacer salir canas verdes”. Yo no se si fueron verdes pero en
esos minutos largos que se estiraba la cosa el conductor de Gattitango y un
servidor envejecieron no menos de un año, hasta que al fin, vimos aparecer la
cansina y parsimoniosa figura de Willy con la placa envuelta en papel madera
bajo el brazo y el alma nos volvió al cuerpo. Sucede que nuestro amigo tenía
una antigua visión del tiempo que el colectivo 60 empleaba en llegar desde la Zona Norte del Gran Buenos Aires a ese barrio capitalino, cuando había muchos
menos vehículos en la calle y fuera de las denominadas horas pico y claro... tardó
mucho más de lo que había calculado. Sin darse mucha prisa procedió a realizar
la tarea que le fuera encomendada, mientras nosotros sudábamos la gota gorda,
hasta que el acto finalmente se concretara.
Así de sencillo y buena gente era
Guillermo Jodar, como rezaba el documento o Willy como lo llamábamos
cariñosamente sus muchos amigos. Por sus generosas obras en beneficio de la
comunidad el Centro Cultural, entidad que lo contaba como Protesorero, lo
distinguió en Diciembre de 2011 con un recordatorio con la significativa y
nunca tan merecida leyenda: “Honor al mérito”.
Sabés Willy que te vamos a extrañar, que tu terrena ausencia dejó un
vacío imposible de llenar como acusa el tango, que nos dará una singular
nostalgia en cada nuevo descubrimiento no haber divisado tu pequeña e inquieta
figura trepando a la escalera o desparramando el pegamento con el que se fijará
el testimonio que planeamos dejar. Como legado atesoramos tu infinita
disposición, tu cordialidad, tu trato respetuoso y tu generosidad a toda prueba
que me invitan a pedirle a quienes te conocieron una respuesta…Si este no fue
un tipazo, los tipazos…¿Donde están?
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