Por Rubén Fiorentino
Fue allá lejos y hace tiempo, el
almanaque marcaba justiniano el 30 de Noviembre de 1912. Fecha cara si las hay,
porque precisamente ese “giorno” llegaba al mundo Piero Hugo Bruno Fontana. Fue
en una humilde casita de la calle San Pedrito a dos cuadras y media de donde
Rivadavia la convierte en Nazca, pleno barrio de Flores. El mismo que llegaba a
la cumbre de la exaltación en la voz de Alberto Morán con aquella inolvidable
página de Gaudino y Aquarone o en la
pluma de Alejandro Dolina cuando escribía la Crónica del ángel gris. El mismo
barrio que tal vez no ostentaba ser como Almagro “cuna de los guapos” pero si
de notables intérpretes como “El tata” Floreal Ruiz. El de la basílica y de la
plaza. Allí en esa geografía llegaba al mundo hace exactamente un siglo, el que
a lo largo de su vida se desempeñaría como locutor, cantor, actor, director
cinematográfico y tantas otras cosas. Todas actividades que supo desarrollar
con inusual solvencia llegando en algunos casos a rayar con la excelencia.
Pero
más allá de sus virtudes profesionales fue un tipo cabal, un hombre de pueblo
que supo identificarse con sus pares y comprometerse con el tiempo que le tocó
vivir, tanto que le provocó no pocos infortunios que supo sobrellevar con
entereza y estoicidad poco común.
Irrumpió en el canto cuando Gardel había
partido, pero ya había marcado el rumbo y de un modo muy personal, Hugo supo
recoger las enseñanzas del “maestro de los maestros”. Así desde radio
“Bernotti” que con el tiempo sería “Del pueblo” su voz comenzaba a ser familiar
para la audiencia. Los avisos comerciales y el canto repartían su actividad de
entonces, tareas a las que luego de la mano de Manuel Romero, le agregaría la
de actor cuando es convocado por éste para participar del film “Los muchachos
de antes no usaban gomina”. Ya no era ni el Fontana que acusaba el documento,
ni Cáceres, ni Funt, ni Caures, seudónimos que alguna vez utilizó, era Hugo del
Carril…
"El Hugo" fue la voz de un pueblo, del que antes no tenía voz, cuando
cantó por todas y por todos la histórica marcha. Esa que salía a relucir en los
grandes momentos y que no se calló cuando aquellos que pretendieron “tapar el
sol con la mano”, a través del Decreto 4161 del 5 de Marzo de 1956, decidieron
prohibir pronunciar los nombres de los líderes de un movimiento que vivía en
las entrañas mismas de un pueblo y también en las de Hugo que desde una celda
de la vieja penitenciaría de Las Heras la entonaba a viva voz. Vendrían después
las listas negras, las persecuciones, el obligado exilio que no alcanzó para
olvidar a un grande de verdad.
Ese que desde el celuloide, como actor primero y
como director después nos regalara filmes como "Madreselva",
"Gente bien", "El astro del tango", "Vida de Carlos
Gardel", "La piel del zapa" y, más adelante, "La cabalgata
del circo", "La cumparsita", "El último payador",
"El ultimo perro", "El negro que tenía el alma blanca".
"La Quintrala", "Mas allá del olvido", "Una cita con
la vida", "Las tierras blancas", "Culpable",
"Esta tierra es mía", etcétera, pero fundamentalmente "Las aguas
bajan turbias" que fue sin duda la obra cumbre de su cinematografía.
Se
cumplen cien años de su natalicio y veintitrés y un cachito de su partida pero
su voz no deja de cantar y de resonar en los oídos de tantos argentinos que apreciamos su arte y valoramos los principios sociales establecidos, que sabemos que la única manera
de vencer en nuestra lucha es la unidad y que debemos bregar sin desmayo para
que reine en el pueblo, el amor y la igualdad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario