Después de haber dado a conocer oportunamente,
acaso para calmar la ansiedad de los participantes, la nómina de ganadores del
XVII Certamen Poético y XIII de Cuento Breve cuya temática era “El tango
canción”, en conmemoración del centenario de “Mi noche triste”, adeudábamos
publicar los trabajos que obtuvieron los primeros premios en cada rubro.
Entonces haciendo justicia con tan
meritorias obras es tiempo propicio de hacerlo.
DE BUFANDA AL CUELLO
Corren
al frío de bufanda al cuello
un
cigarro, un café, una servilleta,
y
adentro por los ojos que no miran
quieren
hablar los versos de un poeta.
Llora un
candil, que alumbra sin razones.
al humo
que desplaza a una veleta
la gira,
hace ronda y da compases;
fingiendo
en dos por cuatro una cuarteta.
Cuando
el aire se ahoga en los murmullos
de un
sol que desdibuja marionetas
la bizca
nota de un fuelle burlón,
en la
voz de un cantor tañe discreta
Un
vidrio esmerilado por las moscas
humedece
una lágrima y la aprieta
un
párpado que deja su misión
y la
empuja a ser cola de cometa.
Ricardo
Arasil, Parque del Plata, Canelones(Uruguay)
Fueron
jurados en el rubro poesía Estela Garrido, Hilda Guerra y Matías Mauricio
El tango canción en Japón
Lo conocí en una de las lanchas colectivas que
hacen el recorrido por las islas del Delta.
Era un japonés de treinta y ocho años, que
hablaba el español a su manera, pero perfectamente entendible. Su nombre se me
grabó para siempre: “Aiko”. Su profesión, profesor de música, especializado en
el tango argentino (me lo remarcó dos veces). Nuestra conversación se hizo por
demás interesante y cuando me contó que su padre fue amigo de Ranko Fujisawa,
la voz femenina del tango en Japón, casi me caigo por la borda de la lancha…y
yo, que me creía un sabiondo del dos por cuatro, me sentí humillado ante la
sabiduría musical del “ponja”.
El conocía todos los rincones tangueros de
Buenos Aires y algunos de Rosario y Córdoba, en los que se presentaba
dirigiendo su pequeña orquesta formada por jovencitos que no llegaban a los
veinticinco años de edad. El nombre de su conjunto tampoco lo olvidé: “Tokio
Tango”, pues tenía dos integrantes nacidos en el Japón.
Está demás decir lo que fue nuestro viaje hacia
aquella famosa isla del Paraná de las Palmas, pues dio la casualidad, que era
el mismo destino que llevábamos los dos, él para firmar un contrato de
actuación allí, durante los tres meses de verano y yo, para cobrar algunos
trabajos de carpintería que había hecho en el salón y en el embarcadero.
La casualidad nos había juntado en aquella
lancha, un viernes de noviembre del año 1999 y a puro tango.
Hacía tiempo que “Aiko” estaba buscando una
“joven femenina” para darle más brillo a su conjunto…Entonces yo, aproveché la
ocasión y sin anestesia, le propuse a la hija de un amigo, que cantaba el tango
como ninguna (y no era Malena).
Después
que “Aiko” escuchó a Noelia Medina, fue contratada aquel mismo verano para
algunas actuaciones. Sus interpretaciones de “Narano en flor”, “Volver”,
“Caserón de tejas” “Sur”, “Mi Buenos Aires querido”, “El día que me
quieras”…etc,”, salían como bordados de su privilegiada y dulce voz juvenil. El
“Tango Canción”, se había incorporado a la orquesta de mi nuevo amigo japonés,
con un éxito increíble; nuestra amistad se había convertido casi en una
sociedad argentina-japonesa hasta que un día que no olvidaré, mi querido “Aiko”
decidió permutar Buenos Aires por su Tokio natal, llevándose el arte porteño
para instalarlo allí definitivamente.
Su decisión fue para mí muy dolorosa pero
comprensible. En Argentina estallaba el año 2001.
María
del Rosario Lorenzo, Villa Ballester Pcia. Buenos Aires
Oficiaron de jurados en cuento breve José Jorge
Aldecoa Davies, Laureano Castaño y Jorge Bottino
El premio especial “Roberto Peregrino
Salcedo lo obtuvo:
La llama ardiente del amor
Imprevistamente, Martín
ha salido a la ruta. Muy bajito, suena en la radio: “Fumando espero… al que yo
quiero…, tras los cristales… de alegres ventanales…”[1].
Levanta el volumen. A la repetición del estribillo, lo corea. Ha reconocido la
voz de Sarita Montiel, cuya bella figura, envuelta en volutas de humo, con un
maravilloso escote, se le representa, seductora e inquietante. Su mente había volado sin escalas hasta su
temprana pubertad, a esos momentos de reunión familiar frente a la vieja TV de
tubo.
La ruta anodina y
la música, poco a poco, lo han serenado. Una corriente de optimismo se insinúa en
su alicaído espíritu y comienza a darle batalla a las incertidumbres que le
afligen. Sabe que su problema es simple y transparente: necesita una pareja. En
los meses previos, las compañías ocasionales le habían ayudado a salir del
paso, pero se había cansado. Ahora su objetivo tenía nombre propio: Irina. No
era una friki como las minas con las que había salido últimamente.
Posiblemente, se estaba
zambullendo de cabeza sin haber verificado si había agua. Apenas la conocía,
nunca había tenido trato directo con ella. Cuando se habían encontrado en el
súper, Irina había dicho que iría a la playa. Muchas horas después, a él se le
había ocurrido que ese sería el lugar y el momento indicados: lejos de las
familias y amistades, en un ambiente apacible. Parecían condiciones ideales,
que, por otra parte, difícilmente volverían a presentarse.
Habían
transcurrido dos días desde aquella conversación en la cola de la caja y ni
siquiera había verificado si ella había viajado. Tal vez, había cambiado de
idea. A la vera del camino, los carteles anunciaron que estaba llegando. Si
ella no hubiera ido o no estuviese disponible, su expedición carecería de
sentido. “Debería haberla llamado”, se lamenta y decide hacerlo en ese preciso
instante, rogando tener suerte. El repetitivo sonido, luego de una angustiante
espera, da paso a la cantarina voz de ella ¡Había ido! Se hallaba cenando con amigos
en una cantina. Finalmente, todo parece acomodarse.
- ¡Vení,
que te esperamos!”- le dice ella, intuyendo que necesita aliento.
Respira aliviado y,
diez minutos después, ingresa al restaurant. Hay solo dos mesas ocupadas, así
que los divisa sin dificultad. La acompaña un matrimonio y no aparece ningún
caballero adicional a la vista. Definitivamente, los astros se habían alineado.
Saluda y aproxima una
silla a la mesa. Charlan. Las ondas son positivas. El grupo se encuentra
de excelente ánimo, pero rendido. Todos han viajado luego de una semana de
actividad. Como desean ir a la playa a la mañana, terminan la cena y no
prolongan la sobremesa.
A pesar de que
amanece ventoso, tras algunos cabildeos, persisten en el plan y se reúnen junto
al mar, en un parador prácticamente desierto. No hay mucho que hacer y deciden
caminar, vestidos, casi abrigados. Más tarde, almuerzan en un bar sobre la
costa. Irina cuenta que, no obstante que había querido mucho a su exmarido, no
había sido feliz en su matrimonio. La separación la deprimió, pero se había
recuperado y ahora le sentaba de maravillas la vida de soltera. No pensaba en
casarse.
A Martín le agrada
la información. Los hitos rígidos lo ahogaban. No habría metas ni calendario.
Se refiere brevemente a su propia separación para mostrar que está libre. Concluido
el almuerzo, rechazan acompañar a la otra pareja a un bar céntrico a tomar café.
Una vez solos, acomodan sus sillas para estar cerca. Irina comenta que le gusta
venir fuera de temporada. Le entretiene la jardinería y ama terminar la tarde
leyendo junto al hogar o, simplemente, contemplando el chisporroteo de las
piñas secas. Hace entonces una pausa para sacarse el abrigo.
El sol ha ganado
la batalla contra las nubes y penetra en el vidriado comedor, generando un aura
que enmarca la figura de ella. A contraluz, su rostro embelesa a Martín, que observa
al pasar la blusa abierta y traslúcida, bajo la cual se insinúan unos bonitos
pechos. “Sentir sus labios besar… con besos sabios… quisiera…” escucha
resonar, como si la radio continuara encendida en su mente. La escena se solapa
y funde con la de la imagen de la Montiel, incluidos aquellos “alegres”
ventanales y el halo de humo, cuyo contorno brilla, iridiscente.
La mayor parte de
los parroquianos se ha retirado. Martín, que había programado dejar que las
cosas sucedieran por decantación, comienza a salirse de curso. La charla, la
sensualidad de ella, junto al entorno y la privacidad, le hacen perder la calma
y olvidar las precauciones. Una fogosa revolcada se instala en su imaginación, desplazando
a un remoto segundo plano sus intenciones más trascendentes.
Mientras, ella ha continuado
hablando, sin prisa y con simpatía. Le ha propuesto una nueva caminata por la
orilla. Con la idea fija y sin filtros por la bebida, él prosigue al ritmo de
sus hormonas. Sin prestarle atención, contesta:
-Yo, dormiría la
siesta.
Ella interpreta literalmente: “quiere
descansar y, por lo tanto, no desea acompañarme”. La supuesta negativa la
desconcierta. Irina decide disimular su incipiente enojo. Pregunta, con fingido
humor:
- ¿Me abandonás? -
adoptando el aire más liviano y jocoso del que es capaz.
- No - contesta él,
que agrega, con imprudente desparpajo -- Al contrario, te estoy invitando a
dormir.
El avance de
Martín es un exabrupto. Sin embargo,
aunque lo considera poco caballeresco, ella lo prefiere a la presunta indiferencia
que le había atribuido. Su molestia se ha diluido. Con una sonrisa apenas
perceptible en su rostro, canchera, lo reconviene:
- No
seas apurado. Acompañame- y se levanta.
Él ha advertido su error y va, agradecido de que el
agua no haya llegado al río. No desea arruinar todo con su precipitación. Pasean
juntos y la conversación los acerca: sus vacíos son casi simétricos.
Irina levanta su brazo por detrás de él y le acaricia
la nuca. Él pasa su mano por la cintura de ella. Ella la oprime contra su
cuerpo. Sin soltarse, siguen la marcha. A los diez pasos, se detienen para
abrazarse amistosamente, pero sus bocas se buscan y se encuentran, en un largo y
sensual beso. Con su tempo preciso, la llama ardía al fin.
Guillermo
Ondarts Ciudad Autónoma de Buenos Aires
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