jueves, 28 de diciembre de 2017

Obras ganadoras



Después de haber dado a conocer oportunamente, acaso para calmar la ansiedad de los participantes, la nómina de ganadores del XVII Certamen Poético y XIII de Cuento Breve cuya temática era “El tango canción”, en conmemoración del centenario de “Mi noche triste”, adeudábamos publicar los trabajos que obtuvieron los primeros premios en cada rubro.
Entonces haciendo justicia con tan meritorias obras es tiempo propicio de hacerlo.



DE BUFANDA AL CUELLO             

Corren al frío de bufanda al cuello
un cigarro, un café, una servilleta,
y adentro por los ojos que no miran
quieren hablar los versos de un poeta.
Llora un candil, que alumbra sin razones.
al humo que desplaza a una veleta
la gira, hace ronda y da compases;
fingiendo en dos por cuatro una cuarteta.


Cuando el aire se ahoga en los murmullos
de un sol que desdibuja marionetas
la bizca nota de un fuelle burlón,
en la voz de un cantor tañe discreta
Un vidrio esmerilado por las moscas
humedece una lágrima y la aprieta
un párpado que deja su misión
y la empuja a ser cola de cometa.

Ricardo Arasil, Parque del Plata, Canelones(Uruguay)

Fueron jurados en el rubro poesía Estela Garrido, Hilda Guerra y Matías Mauricio


El tango canción en Japón

Lo conocí en una de las lanchas colectivas que hacen el recorrido por las islas del Delta.
Era un japonés de treinta y ocho años, que hablaba el español a su manera, pero perfectamente entendible. Su nombre se me grabó para siempre: “Aiko”. Su profesión, profesor de música, especializado en el tango argentino (me lo remarcó dos veces). Nuestra conversación se hizo por demás interesante y cuando me contó que su padre fue amigo de Ranko Fujisawa, la voz femenina del tango en Japón, casi me caigo por la borda de la lancha…y yo, que me creía un sabiondo del dos por cuatro, me sentí humillado ante la sabiduría musical del “ponja”.
El conocía todos los rincones tangueros de Buenos Aires y algunos de Rosario y Córdoba, en los que se presentaba dirigiendo su pequeña orquesta formada por jovencitos que no llegaban a los veinticinco años de edad. El nombre de su conjunto tampoco lo olvidé: “Tokio Tango”, pues tenía dos integrantes nacidos en el Japón.
Está demás decir lo que fue nuestro viaje hacia aquella famosa isla del Paraná de las Palmas, pues dio la casualidad, que era el mismo destino que llevábamos los dos, él para firmar un contrato de actuación allí, durante los tres meses de verano y yo, para cobrar algunos trabajos de carpintería que había hecho en el salón y en el embarcadero.
La casualidad nos había juntado en aquella lancha, un viernes de noviembre del año 1999 y a puro tango.
Hacía tiempo que “Aiko” estaba buscando una “joven femenina” para darle más brillo a su conjunto…Entonces yo, aproveché la ocasión y sin anestesia, le propuse a la hija de un amigo, que cantaba el tango como ninguna (y no era Malena).
 Después que “Aiko” escuchó a Noelia Medina, fue contratada aquel mismo verano para algunas actuaciones. Sus interpretaciones de “Narano en flor”, “Volver”, “Caserón de tejas” “Sur”, “Mi Buenos Aires querido”, “El día que me quieras”…etc,”, salían como bordados de su privilegiada y dulce voz juvenil. El “Tango Canción”, se había incorporado a la orquesta de mi nuevo amigo japonés, con un éxito increíble; nuestra amistad se había convertido casi en una sociedad argentina-japonesa hasta que un día que no olvidaré, mi querido “Aiko” decidió permutar Buenos Aires por su Tokio natal, llevándose el arte porteño para instalarlo allí definitivamente.
Su decisión fue para mí muy dolorosa pero comprensible. En Argentina estallaba el año 2001.

María del Rosario Lorenzo, Villa Ballester Pcia. Buenos Aires

Oficiaron de jurados en cuento breve José Jorge Aldecoa Davies, Laureano Castaño y Jorge Bottino

El premio especial “Roberto Peregrino Salcedo lo obtuvo:

La llama ardiente del amor

Imprevistamente, Martín ha salido a la ruta. Muy bajito, suena en la radio: “Fumando espero… al que yo quiero…, tras los cristales… de alegres ventanales…”[1]. Levanta el volumen. A la repetición del estribillo, lo corea. Ha reconocido la voz de Sarita Montiel, cuya bella figura, envuelta en volutas de humo, con un maravilloso escote, se le representa, seductora e inquietante.  Su mente había volado sin escalas hasta su temprana pubertad, a esos momentos de reunión familiar frente a la vieja TV de tubo.
La ruta anodina y la música, poco a poco, lo han serenado. Una corriente de optimismo se insinúa en su alicaído espíritu y comienza a darle batalla a las incertidumbres que le afligen. Sabe que su problema es simple y transparente: necesita una pareja. En los meses previos, las compañías ocasionales le habían ayudado a salir del paso, pero se había cansado. Ahora su objetivo tenía nombre propio: Irina. No era una friki como las minas con las que había salido últimamente.
Posiblemente, se estaba zambullendo de cabeza sin haber verificado si había agua. Apenas la conocía, nunca había tenido trato directo con ella. Cuando se habían encontrado en el súper, Irina había dicho que iría a la playa. Muchas horas después, a él se le había ocurrido que ese sería el lugar y el momento indicados: lejos de las familias y amistades, en un ambiente apacible. Parecían condiciones ideales, que, por otra parte, difícilmente volverían a presentarse.
Habían transcurrido dos días desde aquella conversación en la cola de la caja y ni siquiera había verificado si ella había viajado. Tal vez, había cambiado de idea. A la vera del camino, los carteles anunciaron que estaba llegando. Si ella no hubiera ido o no estuviese disponible, su expedición carecería de sentido. “Debería haberla llamado”, se lamenta y decide hacerlo en ese preciso instante, rogando tener suerte. El repetitivo sonido, luego de una angustiante espera, da paso a la cantarina voz de ella ¡Había ido! Se hallaba cenando con amigos en una cantina. Finalmente, todo parece acomodarse.
-       ¡Vení, que te esperamos!”- le dice ella, intuyendo que necesita aliento.
Respira aliviado y, diez minutos después, ingresa al restaurant. Hay solo dos mesas ocupadas, así que los divisa sin dificultad. La acompaña un matrimonio y no aparece ningún caballero adicional a la vista. Definitivamente, los astros se habían alineado.
Saluda y aproxima una silla a la mesa.  Charlan. Las ondas son positivas. El grupo se encuentra de excelente ánimo, pero rendido. Todos han viajado luego de una semana de actividad. Como desean ir a la playa a la mañana, terminan la cena y no prolongan la sobremesa.
A pesar de que amanece ventoso, tras algunos cabildeos, persisten en el plan y se reúnen junto al mar, en un parador prácticamente desierto. No hay mucho que hacer y deciden caminar, vestidos, casi abrigados. Más tarde, almuerzan en un bar sobre la costa. Irina cuenta que, no obstante que había querido mucho a su exmarido, no había sido feliz en su matrimonio. La separación la deprimió, pero se había recuperado y ahora le sentaba de maravillas la vida de soltera. No pensaba en casarse.
A Martín le agrada la información. Los hitos rígidos lo ahogaban. No habría metas ni calendario. Se refiere brevemente a su propia separación para mostrar que está libre. Concluido el almuerzo, rechazan acompañar a la otra pareja a un bar céntrico a tomar café. Una vez solos, acomodan sus sillas para estar cerca. Irina comenta que le gusta venir fuera de temporada. Le entretiene la jardinería y ama terminar la tarde leyendo junto al hogar o, simplemente, contemplando el chisporroteo de las piñas secas. Hace entonces una pausa para sacarse el abrigo.
El sol ha ganado la batalla contra las nubes y penetra en el vidriado comedor, generando un aura que enmarca la figura de ella. A contraluz, su rostro embelesa a Martín, que observa al pasar la blusa abierta y traslúcida, bajo la cual se insinúan unos bonitos pechos. “Sentir sus labios besar… con besos sabios… quisiera…” escucha resonar, como si la radio continuara encendida en su mente. La escena se solapa y funde con la de la imagen de la Montiel, incluidos aquellos “alegres” ventanales y el halo de humo, cuyo contorno brilla, iridiscente.
La mayor parte de los parroquianos se ha retirado. Martín, que había programado dejar que las cosas sucedieran por decantación, comienza a salirse de curso. La charla, la sensualidad de ella, junto al entorno y la privacidad, le hacen perder la calma y olvidar las precauciones. Una fogosa revolcada se instala en su imaginación, desplazando a un remoto segundo plano sus intenciones más trascendentes.
Mientras, ella ha continuado hablando, sin prisa y con simpatía. Le ha propuesto una nueva caminata por la orilla. Con la idea fija y sin filtros por la bebida, él prosigue al ritmo de sus hormonas. Sin prestarle atención, contesta:
-Yo, dormiría la siesta. 
 Ella interpreta literalmente: “quiere descansar y, por lo tanto, no desea acompañarme”. La supuesta negativa la desconcierta. Irina decide disimular su incipiente enojo. Pregunta, con fingido humor:
- ¿Me abandonás? - adoptando el aire más liviano y jocoso del que es capaz.
- No - contesta él, que agrega, con imprudente desparpajo -- Al contrario, te estoy invitando a dormir.
El avance de Martín es un exabrupto.  Sin embargo, aunque lo considera poco caballeresco, ella lo prefiere a la presunta indiferencia que le había atribuido. Su molestia se ha diluido. Con una sonrisa apenas perceptible en su rostro, canchera, lo reconviene:
-       No seas apurado. Acompañame-  y se levanta.
Él ha advertido su error y va, agradecido de que el agua no haya llegado al río. No desea arruinar todo con su precipitación. Pasean juntos y la conversación los acerca: sus vacíos son casi simétricos.
Irina levanta su brazo por detrás de él y le acaricia la nuca. Él pasa su mano por la cintura de ella. Ella la oprime contra su cuerpo. Sin soltarse, siguen la marcha. A los diez pasos, se detienen para abrazarse amistosamente, pero sus bocas se buscan y se encuentran, en un largo y sensual beso. Con su tempo preciso, la llama ardía al fin.

Guillermo Ondarts Ciudad Autónoma de Buenos Aires




[1] “Fumando espero”, 1922, música de Juan Viladomat Masanas y letra de Félix Garzo. 

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