Pequeña despedida a un amigo

de aquellos adelantados que fundaron, en esta parte del conurbano, la Casa del Tango de San Fernando. Y fue allí, precisamente, que me recibió junto a su esposa, en la vieja sede de la calle Tres de Febrero, cuando llegaba para obsequiarle, quizá el primer poema que mereció la institución.


El destino quiso que los últimos años su salud se deteriorara
a pasos agigantados producto de una penosa enfermedad, pese a los esfuerzos de
su compañera de llevarlo a los mejores profesionales para que lo trataran. Con
su cada vez más dificultosa movilidad se las ingeniaba para concurrir
regularmente, quien sabe superando cuantas penurias, a las reuniones de
Comisión Directiva donde seguía teniendo una participación activa. Una
inoportuna caída, con fractura de cadera como consecuencia, precipitó el final.
Parecía como la crónica de una letra de tango…”su cuerpo enfermo no resiste más”
y no obstante las súplicas al Señor y los anhelos de mejoría que abrigábamos
los familiares y amigos se marchó. Sin estridencias, casi en silencio, como
pidiendo permiso para no incomodar…Se fue físicamente pero seguirá por siempre entre
nosotros, junto a los recuerdos más queridos, con su sonrisa franca y el gesto
amistoso, con su nunca disimulado origen santiagueño, igual que Manzi...y acaso
podrán caberle aquellos versos que Centeya escribiera para su padre: “Que mundo
habrá encontrado en su apoliyo, si es que hay un mundo pa´ los que se piantan,
sin duda el cuore suyo se hizo grillo y su mano cordial…¡Es una planta!”
Hasta
el reencuentro Fortu y gracias por regalarme tu amistad.
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