martes, 5 de mayo de 2015

El día que Manzi copó la 12

Por Rubén Fiorentino

El superclásico del fútbol argentino, Boca-River o acaso River-Boca según orden de localía, siempre da tela para cortar y el último, disputado el pasado domingo no se escapa de la regla. El fútbol, auténtica pasión de nuestro pueblo como no podía ser de otra manera, también tejió a lo largo del tiempo su vínculo con el tango. Ya lo esbozaba en un trabajo anterior, “Tangos en azul y oro” y lo reafirmo promediando la segunda década del siglo XXI.
 
Si bien por su melodía pegadiza las hinchadas se inspiran para sus cánticos en obras de otros ritmos, o acaso en las marchas de radicales y peronistas, el género porteño nunca fue excluido de la consideración de las barras bullangueras que cada domingo alientan al equipo de sus colores. Claro, estas historias de vida sintetizadas en escasos tres minutos seguramente no resultan tan apropiadas para improvisar letras que sirvan para el aliento o en su defecto para ofuscar al rival de turno, no obstante mi condición de “bostero” veterano me da “chapa” para recordar que el Salud, dinero y amor de Rodolfo Sciammarella servía para alentar a aquella formación dirigida por el otrora guardameta, Rogelio Domínguez. Sobre la melodía original de la página, los muchachos del tablón asegurábamos que “tres cosas hay en la Boca, Potente, Ferrero y Cambón, el que tenga esas tres cosas que grite ¡Boca campeón!”. O acaso ese romance entre equipo e hinchada plasmado a través de los años se sintetizaba en aquella recordada final con Rosario Central de 1970, en la cancha de “los primos”, en un alargue inolvidable definido a nuestro favor con gol de Jorge Koch, con la gente circundando el campo de juego entonando con la música del vals emblemático de Rosita Melo, Desde el alma , aquel: “ y dale, dale, dale Boca, y dale dale dale, Bo”… que aún, a pesar de los años, nos sigue acompañando. Tampoco debemos olvidarnos que la marcha oficial del club es obra de aquel magnífico letrista del tango que fue Jesús Fernández Blanco en colaboración con Ítalo Goyeche...
 
El pasado domingo 3 de Mayo desde el sitio elegido por el jugador N° 12 para brindarle el aliento al “equipo que tiene camiseta azul, con una franja de oro y estrellas de norte a sur”, como aseguraba Julio Elías Musimesci  a ritmo de chamamé se hizo presente, acaso sorpresivamente, el espíritu del poeta de Añatuya, pese a la sangre quemera que corría por sus venas. Allí, desde la segunda bandeja Norte que habitualmente dominan violentos y mercenarios disfrazados de hinchas, esa que recuerda a Natalio Pescia, “el leoncito de oro”, según nos contaba Jorge Moreira en el tango que compone con Roberto Caló y Enrique Campos, a minutos de comenzar el encuentro que enfrentaba a las dos divisas comenzó a desplegarse una enorme bandera azul que cubría la parte central de las graderías.  El estandarte en cuestión portaba visibles letras de color amarillo con una inconfundible frase poética del “poeta de Añatuya”: “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna”…Para el inculto en cuestiones del balompié, quizá lo que escribía para una dama “el más grande de los poetas rioplatenses”, el que prefirió escribir “letras para los hombres” en lugar de ser “un hombre de letras”, según el decir de Jauretche, no tenía ninguna relación pero a los que abrazamos como una pasión popular el juego que según dicen inventaran los ingleses, Boca es algo así como la madre, la esposa amada o la mujer de los sueños y resulta por demás lógico que expresemos ese orgullo de pertenecer a la más grande, a la más fiel, a la mejor…
Después claro, vendría el gaste para los “millos”, los festejos y aquella cámara indiscreta que según Esteban me convirtió para los tiempos en “el puteador de Beccar” cuestionando “en defensa propia” un fallo del árbitro, pero eso es solo una anécdota. Lo que queda para mi regocijo es que lo que escribió mi ídolo poético perdura en el tiempo y sirve para que las clases populares hagan suyas tamañas expresiones. Si hasta me pareció que Homero cubriendo su barba con una bufanda azul y amarilla me hacía un guiño cantando el presente.
 

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