Crónica
por Rubén Fiorentino
Justamente hoy, 17 de
Noviembre, debería estar escribiendo la crónica de un espectáculo que prometía
ser brillante, por el que se había bregado mucho conformando un elenco de real
jerarquía. Una condición climática por demás propicia para eventos al aire
libre y las naturales bondades del centenario paseo público, para albergar a
cuantos se arrimaran a disfrutarlo, sostenían también ese pensamiento.
Todo
parecía estar bajo control, habíamos arreglado con la Comisión de Festejos por
un nuevo aniversario de la ciudad de Martínez que nosotros solventaríamos la
erogación económica que significaba presentar a tales artistas y ellos se
comprometerían a darle la difusión al espectáculo y proporcionarnos el sonido
adecuado para que todo saliera a la perfección. Lamentablemente la ligereza que
muchos funcionarios manejan los compromisos contraídos, rayana con la
irresponsabilidad, hizo que todo fracasara.
Mucho antes de la hora prevista para
el inicio, con la idea de no dejar ni el mínimo detalle librado al azar para
hacer las pruebas de sonido de rigor, siempre necesarias para asegurar la
perfecta audición del público que llegaría más tarde, se encontraban los
artistas. Solo una estructura tubular donde se levantaba el escenario de madera
era testigo del hecho. Equipos y personal que los manejara brillaban por su
ausencia. Pasaban los minutos y la situación no cambiaba. Ya mi rostro de
preocupación al principio no podía disimular el enojo que la situación me
provocaba. Había que hacer algo pronto y junto a Ricardo Demelli, el tesorero
del Centro Cultural, nos dirigimos a una casa vecina donde supuestamente moraba
el presidente de la Comisión de Festejos. Desafortunadamente una voz por el
portero eléctrico nos anunciaba que allí no era la vivienda buscada y con
desolación regresamos a la plaza entendiendo que no podíamos apretar los
timbres de todas las casas de Martínez en la búsqueda de quien pensábamos
podría darle solución al hecho.
Concretado el retorno poco feliz al paseo
público, Ernesto Blasioli, socio fundador de la entidad y permanente colaborador,
nos proporcionó la dirección correcta y nuevamente me encamine llevando el
mismo propósito del primer viaje. La visita a la propiedad que me habían
señalado me deparó la amarga sorpresa que nadie había en ella y fueron
infructuosos los muchos llamados que intenté en la ocasión. Con la resignación
del caso volví para despedir a los artistas, pedir las disculpas del caso
extensivas al público que ya estaba llegando y volver a mi domicilio con el
sabor amargo de la frustración. Quedaba aún una carta por jugar, me habían
conseguido el teléfono del personaje buscado y desde un celular que me
facilitara la bailarina Lucía Villagra intentamos el contacto. Fue en vano, una
casilla de mensajes era la única respuesta a nuestra demanda. Ya nada podía
hacerse, comenzaron las disculpas de nuestra parte a los asistentes, se
procedió a abonar lo acordado a los artistas aún contra la voluntad de éstos y
emprender el penoso camino de retorno a nuestros hogares frustrados por la
irresponsabilidad de quienes sin pudor le faltan el respeto al público que
concurre a este tipo de eventos, a los artistas que llegan dispuestos a
entregarnos su arte y a nosotros mismos, los organizadores, que dedicamos tantas
horas para planear este tipo de actos institucionales en los que se procuran
reunir elencos de jerarquía que pueda disfrutar la comunidad tanguera toda.
No
obstante la lógica amargura hubo un episodio que logró cambiar aunque más no
sea por un instante la mezcla de dolor y bronca que denotaban los rostros de
todos. Paulina Di Monte, no resignada a privarse de hacer lo que más le gusta…cantar,
hizo punta y a capella comenzó entonando el Himno al amor, pronto era un trío el
que estaba cantando. A ella se sumaron la cantante Norma Labat que con su madre
llegaba en calidad de público y nuestra compañera Margarita Sosa que ante la
impotencia se animaban con el tango Nada. Inmediatamente Maximiliano “Moscato” Luna
desenfunda su instrumento y toca Suerte loca para que Hernán “Cucuza” Castiello se
luzca en el canto y Lucía Villagra que había conseguido un ocasional compañero
diera pasos de baile en la coqueta pista. Jorge Saettone uno de sus brillantes
colegas en el arte de la danza aplaudía a rabiar, “Moscato” se entusiasmaba y la
emprendía con ese Tabernero que me debía Ángel Gazzán y que dado lo intimista
del acto podría considerar que fue dedicado a mí, por eso el abrazo en que nos
unimos al concluirlo, Lucio Arce le hacía coro e incluso se sumaban también
otras voces que yo no pude reconocer. Era quizá un premio consuelo al esfuerzo realizado
como la presencia del poeta Dante Fénix y la cantautora Irene Morinelli que nos
daban su palabra de aliento por el no realizado encuentro tanguero, quienes por
un momento le pusieron una sonrisa amarga, pero sonrisa al fin a mi rostro y
demoraron por unos minutos las lágrimas de bronca que vertiera después nuestra
compañera Margarita Sosa y la desazón de Jorge Gatti por no poder anunciar a
tamaños artistas.
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