domingo, 17 de noviembre de 2013

Los tangos que no fueron

Crónica por Rubén Fiorentino

Justamente hoy, 17 de Noviembre, debería estar escribiendo la crónica de un espectáculo que prometía ser brillante, por el que se había bregado mucho conformando un elenco de real jerarquía. Una condición climática por demás propicia para eventos al aire libre y las naturales bondades del centenario paseo público, para albergar a cuantos se arrimaran a disfrutarlo, sostenían también ese pensamiento.
Todo parecía estar bajo control, habíamos arreglado con la Comisión de Festejos por un nuevo aniversario de la ciudad de Martínez que nosotros solventaríamos la erogación económica que significaba presentar a tales artistas y ellos se comprometerían a darle la difusión al espectáculo y proporcionarnos el sonido adecuado para que todo saliera a la perfección. Lamentablemente la ligereza que muchos funcionarios manejan los compromisos contraídos, rayana con la irresponsabilidad, hizo que todo fracasara.
Mucho antes de la hora prevista para el inicio, con la idea de no dejar ni el mínimo detalle librado al azar para hacer las pruebas de sonido de rigor, siempre necesarias para asegurar la perfecta audición del público que llegaría más tarde, se encontraban los artistas. Solo una estructura tubular donde se levantaba el escenario de madera era testigo del hecho. Equipos y personal que los manejara brillaban por su ausencia. Pasaban los minutos y la situación no cambiaba. Ya mi rostro de preocupación al principio no podía disimular el enojo que la situación me provocaba. Había que hacer algo pronto y junto a Ricardo Demelli, el tesorero del Centro Cultural, nos dirigimos a una casa vecina donde supuestamente moraba el presidente de la Comisión de Festejos. Desafortunadamente una voz por el portero eléctrico nos anunciaba que allí no era la vivienda buscada y con desolación regresamos a la plaza entendiendo que no podíamos apretar los timbres de todas las casas de Martínez en la búsqueda de quien pensábamos podría darle solución al hecho.
Concretado el retorno poco feliz al paseo público, Ernesto Blasioli, socio fundador de la entidad y permanente colaborador, nos proporcionó la dirección correcta y nuevamente me encamine llevando el mismo propósito del primer viaje. La visita a la propiedad que me habían señalado me deparó la amarga sorpresa que nadie había en ella y fueron infructuosos los muchos llamados que intenté en la ocasión. Con la resignación del caso volví para despedir a los artistas, pedir las disculpas del caso extensivas al público que ya estaba llegando y volver a mi domicilio con el sabor amargo de la frustración. Quedaba aún una carta por jugar, me habían conseguido el teléfono del personaje buscado y desde un celular que me facilitara la bailarina Lucía Villagra intentamos el contacto. Fue en vano, una casilla de mensajes era la única respuesta a nuestra demanda. Ya nada podía hacerse, comenzaron las disculpas de nuestra parte a los asistentes, se procedió a abonar lo acordado a los artistas aún contra la voluntad de éstos y emprender el penoso camino de retorno a nuestros hogares frustrados por la irresponsabilidad de quienes sin pudor le faltan el respeto al público que concurre a este tipo de eventos, a los artistas que llegan dispuestos a entregarnos su arte y a nosotros mismos, los organizadores, que dedicamos tantas horas para planear este tipo de actos institucionales en los que se procuran reunir elencos de jerarquía que pueda disfrutar la comunidad tanguera toda.
No obstante la lógica amargura hubo un episodio que logró cambiar aunque más no sea por un instante la mezcla de dolor y bronca que denotaban los rostros de todos. Paulina Di Monte, no resignada a privarse de hacer lo que más le gusta…cantar, hizo punta y a capella comenzó entonando el Himno al amor, pronto era un trío el que estaba cantando. A ella se sumaron la cantante Norma Labat que con su madre llegaba en calidad de público y nuestra compañera Margarita Sosa que ante la impotencia se animaban con el tango Nada. Inmediatamente Maximiliano “Moscato” Luna desenfunda su instrumento y toca Suerte loca para que Hernán “Cucuza” Castiello se luzca en el canto y Lucía Villagra que había conseguido un ocasional compañero diera pasos de baile en la coqueta pista. Jorge Saettone uno de sus brillantes colegas en el arte de la danza aplaudía a rabiar, “Moscato” se entusiasmaba y la emprendía con ese Tabernero que me debía Ángel Gazzán y que dado lo intimista del acto podría considerar que fue dedicado a mí, por eso el abrazo en que nos unimos al concluirlo, Lucio Arce le hacía coro e incluso se sumaban también otras voces que yo no pude reconocer. Era quizá un premio consuelo al esfuerzo realizado como la presencia del poeta Dante Fénix y la cantautora Irene Morinelli que nos daban su palabra de aliento por el no realizado encuentro tanguero, quienes por un momento le pusieron una sonrisa amarga, pero sonrisa al fin a mi rostro y demoraron por unos minutos las lágrimas de bronca que vertiera después nuestra compañera Margarita Sosa y la desazón de Jorge Gatti por no poder anunciar a tamaños artistas.          

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