martes, 5 de octubre de 2010

“Ya no escucho más su trinos, sus cuerdas no aguantan más”…

Por Rubén A. Fiorentino

El pasado 3 de Octubre con poco más de 88 primaveras a cuestas se piantaba pa´ otros riobas un grande del género porteño.  Sus iniciales, doble AA, como los clásicos bandoneones. Su nombre Aníbal igual que el legendario guerrero cartaginés o como aquel prócer del bandoneón al que cariñosamente llamábamos “Pichuco”.

Pertenecía a una rara especie, acaso en extinción, de virtuosos del clásico instrumento legado por la madre patria.  Descendiente de aquellas primitivas “escobas” que encarnaron en su momento Ricardo, Barbieri, Aguilar, Riverol, Vivas y demás, tuvo de contemporáneos a violeros de la talla de José Canet, Adolfo Berón, Cacho Tirao y el más grande…Roberto Grela que también fue su maestro.

Desde arriba, “El barba” se estará regodeando con tales apellidos en sus filas y agrandado aceptará cualquier desafío porque…¡Hay equipo de sobra!.

En tanto acá un “marinero” a la deriva templará el instrumento y ensayará una postrera despedida para el amigo entrañable que se adelantó en la partida.

En el haber dejaba sus memorables acompañamientos a las hermanas Berón, Ramona Galarza, Héctor Mauré, Roberto Rufino, Jorge Casal, Alberto Morán y una lista interminable de intérpretes. También el cuarteto con Troilo con el que llegaron nada menos que a Washington en 1972, las presentaciones con Susana Rinaldi en París y Madrid, la presencia junto al Sexteto Mayor en Venecia, Berlín y Washington o la actual pertenencia al elenco del “Café de los maestros”.

Es justo mencionar además su desempeño en la Orquesta del Tango de la Ciudad, y sus muchas distinciones entre las que merecen destacarse su designación como Académico de Honor por parte de la Academia Nacional del Tango, Gloria del Tango otorgado por la Academia Porteña del Lunfardo, “Gardel de Oro” en 1986, su distinción por parte del Honorable Senado de la Nación por su inestimable aporte a la cultura de los argentinos en el año 2004, el Latín Grammy otorgado en 2008 por su tarea como participante del álbum “Buenos Aires, día y noche” o su faceta de docente fundando la Escuela de Música Popular de Avellaneda.

Osvaldo Montes en tanto añorará reeditar ese exitoso dúo que marcó a ambos para siempre en la música y la vida…

Un servidor por su parte guardará como figurita difícil ese viejo cassette donde Aníbal Arias, este grande que se nos “fue de gira” le ponía música al canto de ese diamante en bruto, de San Isidro lugareño, Julio Barone que por su férrea negativa a pulirse como le aconsejaba Astor, no llegara a trascender en el firmamento tanguero a pesar de haberse alistado en formaciones como las de Anselmo Aieta y el propio Piazzolla.

De fondo, por supuesto, con música de cuerdas y como despedida hasta me parece escuchar como si fueran suyos, aquellos consejos que plasmaba Julio Navarrine en Trago amargo: “Después, cuando la noche envuelva los bañados y se oiga, allá, a lo lejos, el toque de oración, inclínese a la Virgen de los Desamparados y a mi pobre guitarra colóquele un crespón”...



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