Por Rubén Fiorentino
El martes 19 de Enero de 2010 el destino nos jugó una mala pasada. En medio del dolor de familiares y amigos se apagaba la vida Jorge José Fernández, o “Cacho” Fernán Ruiz, o acaso un tal “Jorfer”. Soldado irreemplazable de la causa del tango que con su partida deja como escribía Brignolo en Íntimas: “un vacío imposible de llenar”.
Sus jóvenes 80 pirulos no le hacían mella para darse los pequeños gustos que lo hacían feliz. Llevar adelante “Tangomingo” su semanal y galardonado programa de tangos, despuntar la veta periodística e historiadora en cuanta publicación lo requiriera, componer permanentemente para que artistas de la talla de Betty País, Daniel Aste, Eduardo Nélson y Luis Caroprese por citar algunos pongan en sus labios páginas de su autoría como Ciudad de Buenos Aires, A Paul Laserre, Es un soplo la vida, Rosa punzó, A Villa Urquiza, Viejo canillita, Antiguo Cabaret Palermo... En su doble condición de compositor, algunas veces, y letrista, en otras, firmó más de 700 obras, compartiendo autoría con figuras como Fernando Caramés, Beba Pugliese, Alfredo de Ángelis, Martina Iñiguez, Oscar del Priore, José Colángelo, Oscar de la Fuente, Luciano Leocata, Saúl Cosentino y Roberto Álvarez para hacer una breve reseña.
También se las ingenió en tiempos difíciles, para hacerle acceder al disco a figuras del ámbito local a quienes protegía e impulsaba casi paternalmente. Investigador empedernido supo aportar datos valiosísimos a quienes como yo tienen el berretín de escribir y necesitan del dato fidedigno, ese que él nos hacía llegar generosamente.
Sus versos nutriéndose de la cosa simple, al mejor estilo Héctor Gagliardi, son un testimonio de sensibilidad y buen gusto que no merecen dejarse de lado. De hecho, en 2002 cuando ni siquiera era socio de la entidad se alzó con el Primer Premio de nuestro anual Certamen Literario dedicando sus versos al “Zorzal Criollo” y allí lo ganamos para siempre. Recuerdo como si fuera hoy hace casi un año cuando en mi condición de presidente del Centro Cultural del Tango Zona Norte promediando una reunión, hice cerrar abruptamente el trato de los temas institucionales para dar lugar al cántico del “Feliz cumpleaños” y al tradicional brindis por el amigo que ese día alcanzaba los ochenta. Sucede que nosotros lo teníamos nacido el 8 de Abril de 1929, coincidía con la habitual reunión de CD, y nos salíamos de la vaina para no perder la oportunidad de homenajearlo. Jorfer nos aclaró que su nacimiento se había producido unos días antes de esa jornada pero por capricho de los viejos de aquella época el registro se hizo con posterioridad. Lo cierto es que día más, día menos no se iba a empañar la fiesta y abundaron saludos y tirones de orejas.
Seguramente quienes compartimos tantos momentos lo vamos a extrañar, lo extrañará la audiencia a la que siempre trató con honestidad y respeto, lo extrañarán sus familiares directos entre los que sembró tantas enseñanzas de vida, lo extrañarán cantores y cancionistas a los que apuntaló y sirvió de vidriera para que el público apreciara sus condiciones.
No podemos certificar que haya plantado árboles pero libros, versos y canciones surgían de su pluma con una naturalidad asombrosa y un estilo que lo hace inconfundible. Luis Caroprese con lágrimas en los ojos me decía en su despedida: “se me fue alguien que fue algo así como mi viejo” y no exageraba para nada en los conceptos. Jorfer tenía ese rasgo paternal que lo hacía el consejero perfecto para quien lo solicitara, el ejemplo de tesón para los que iniciaban la lucha, el consultor obligado para quienes pretendían instruirse, el amigo incondicional para quienes supimos de su riqueza espiritual, el esposo perfecto y el padre ejemplar para su íntimo círculo familiar quienes lo “bancaban” cuando aún desoyendo consejos médicos se rebelaba y se mandaba a mudar del sitio donde estaba internado porque tenía que hacer su programa de tangos. Le trasciende a su paso físico por la vida su denodada labor en SADAIC y su trabajo como vocal en el Centro Cultural del Tango Zona Norte.
¡Gracias Jorfer!, los tipos como vos siempre dejan huella y no quiero citar la premonición de Troilo en Nocturno a mi barrio “que siempre estarás llegando” porque muchas veces suelo abusar de ella, pero sí voy a recordar a Julián Centeya, “El hombre gris de Buenos Aires” cuando en Mi viejo expresaba “que mundo habrá encontrado en su apoliyo, si es que hay un mundo pa´ los que se piantan, sin duda el cuore suyo se hizo grillo y su mano cordial, es una planta…”
También se las ingenió en tiempos difíciles, para hacerle acceder al disco a figuras del ámbito local a quienes protegía e impulsaba casi paternalmente. Investigador empedernido supo aportar datos valiosísimos a quienes como yo tienen el berretín de escribir y necesitan del dato fidedigno, ese que él nos hacía llegar generosamente.
Sus versos nutriéndose de la cosa simple, al mejor estilo Héctor Gagliardi, son un testimonio de sensibilidad y buen gusto que no merecen dejarse de lado. De hecho, en 2002 cuando ni siquiera era socio de la entidad se alzó con el Primer Premio de nuestro anual Certamen Literario dedicando sus versos al “Zorzal Criollo” y allí lo ganamos para siempre. Recuerdo como si fuera hoy hace casi un año cuando en mi condición de presidente del Centro Cultural del Tango Zona Norte promediando una reunión, hice cerrar abruptamente el trato de los temas institucionales para dar lugar al cántico del “Feliz cumpleaños” y al tradicional brindis por el amigo que ese día alcanzaba los ochenta. Sucede que nosotros lo teníamos nacido el 8 de Abril de 1929, coincidía con la habitual reunión de CD, y nos salíamos de la vaina para no perder la oportunidad de homenajearlo. Jorfer nos aclaró que su nacimiento se había producido unos días antes de esa jornada pero por capricho de los viejos de aquella época el registro se hizo con posterioridad. Lo cierto es que día más, día menos no se iba a empañar la fiesta y abundaron saludos y tirones de orejas.
Seguramente quienes compartimos tantos momentos lo vamos a extrañar, lo extrañará la audiencia a la que siempre trató con honestidad y respeto, lo extrañarán sus familiares directos entre los que sembró tantas enseñanzas de vida, lo extrañarán cantores y cancionistas a los que apuntaló y sirvió de vidriera para que el público apreciara sus condiciones.
No podemos certificar que haya plantado árboles pero libros, versos y canciones surgían de su pluma con una naturalidad asombrosa y un estilo que lo hace inconfundible. Luis Caroprese con lágrimas en los ojos me decía en su despedida: “se me fue alguien que fue algo así como mi viejo” y no exageraba para nada en los conceptos. Jorfer tenía ese rasgo paternal que lo hacía el consejero perfecto para quien lo solicitara, el ejemplo de tesón para los que iniciaban la lucha, el consultor obligado para quienes pretendían instruirse, el amigo incondicional para quienes supimos de su riqueza espiritual, el esposo perfecto y el padre ejemplar para su íntimo círculo familiar quienes lo “bancaban” cuando aún desoyendo consejos médicos se rebelaba y se mandaba a mudar del sitio donde estaba internado porque tenía que hacer su programa de tangos. Le trasciende a su paso físico por la vida su denodada labor en SADAIC y su trabajo como vocal en el Centro Cultural del Tango Zona Norte.
¡Gracias Jorfer!, los tipos como vos siempre dejan huella y no quiero citar la premonición de Troilo en Nocturno a mi barrio “que siempre estarás llegando” porque muchas veces suelo abusar de ella, pero sí voy a recordar a Julián Centeya, “El hombre gris de Buenos Aires” cuando en Mi viejo expresaba “que mundo habrá encontrado en su apoliyo, si es que hay un mundo pa´ los que se piantan, sin duda el cuore suyo se hizo grillo y su mano cordial, es una planta…”
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