Quienes conformamos el Centro Cultural del Tango Zona Norte, Academia Correspondiente de la Academia Nacional del Tango, directivos, allegados, socios, cantantes, bailarines, artistas plásticos, músicos y difusores queremos saludar a todos los amigos que nos acompañaron día a día durante este año y en vistas de las fiestas que se avecinan queremos levantar nuestras copas con Uds. Les deseamos lo mismo que anhelamos para nosotros y nuestras familias, no solo las tres que idealiza Rodolfo Sciammarella en su vals "Salud, dinero y amor" sino también paz, éxitos y sueños realizados en este 2010 que casi toca a nuestra puerta.
Para el arbolito, les dejamos las obras que resultaron ganadoras de la edición 2009 de nuestro Certamen Literario cuya temática era El Arrabal y la invitación a que escriban sobre "El piropo galante" en 2010.
¡Felices Fiestas!
Primer Premio Poesía 2009
Mi arrabal
Sí, me quedo aquí, nadie me obligue
a dejar esta orilla, mi frontera,
me planto en esta mística ribera
que supo ser antaño un arrabal;
un arrabal sin taitas ni malevos,
un remanso de silla en la vereda,
un silencio de siesta, amigos nuevos
y la Pulpo domada por mi suela.
Hoy es otro el suburbio, cruel y ajeno,
No encuentro la fogata que me alumbre,
Yo prefiero evocar la mansedumbre
De tiempos de bolita y de balero.
No insistan, me atrinchero, ya no puedo
Arrancar mi horizonte, mis pulmones,
Aquel aire lejano se ha esfumado
Llevándose jirones de mi infancia.
El corazón me grita ¡anclame aquí,
En el deslinde de la vida turbia,
Dejame palpitar en la fragancia
De la tierra mojada por la lluvia!
Me reconozco acá, como en espejo,
Estoy en un gorrión, en una rosa,
En un revolotear de mariposa
Mientras corre el arroyo en lo profundo.
Y acaricio el misterio de ese mundo
Al borde del camino de mi historia,
Pretendiendo que el tiempo no ha pasado
En el puro arrabal de la memoria.
Sí, me quedo aquí, nadie me obligue
a dejar esta orilla, mi frontera,
me planto en esta mística ribera
que supo ser antaño un arrabal;
un arrabal sin taitas ni malevos,
un remanso de silla en la vereda,
un silencio de siesta, amigos nuevos
y la Pulpo domada por mi suela.
Hoy es otro el suburbio, cruel y ajeno,
No encuentro la fogata que me alumbre,
Yo prefiero evocar la mansedumbre
De tiempos de bolita y de balero.
No insistan, me atrinchero, ya no puedo
Arrancar mi horizonte, mis pulmones,
Aquel aire lejano se ha esfumado
Llevándose jirones de mi infancia.
El corazón me grita ¡anclame aquí,
En el deslinde de la vida turbia,
Dejame palpitar en la fragancia
De la tierra mojada por la lluvia!
Me reconozco acá, como en espejo,
Estoy en un gorrión, en una rosa,
En un revolotear de mariposa
Mientras corre el arroyo en lo profundo.
Y acaricio el misterio de ese mundo
Al borde del camino de mi historia,
Pretendiendo que el tiempo no ha pasado
En el puro arrabal de la memoria.
Manuel Horacio Raggi (Ciudad de Bs. As.)
Primer Premio Cuento 2009
Mirada nueva a mi arrabal
Era hija de italianos que habían venido a hacerse la América, allá por 1910. Misteriosa y bravía como la tierra donde había nacido, Carola Donato tenía 18 años y era argentina y bien porteña. Creció en La Boca, pero un día se hastió de la miseria del arrabal, de las calles de tierra; de chapalear barro; de buscar trabajo sin conseguirlo; de las casitas pintadas de colores estridentes, amontonadas cerca del puerto y de la luz mortecina de los faroles, que apenas si alumbraban su noche. Estaba decidida, partiría esa madrugada. Había ahorrado unas chauchas cuidando unos viejitos paisanos de su padre, con eso tiraría hasta encontrar trabajo. Tomó el bagayito y marchó sin despedirse, en medio del silencio del sueño de los suyos. Caminó hasta la parada del tranvía, ladraban los perros del corralón de la esquina y cerca, alguien ensayaba un tango con un fuelle. Debe de ser el tano Benito –pensó…Cuando ascendió al tranvía, la despidió el aroma de glicinas y madreselvas en flor, que traía la brisa.
Llegó al centro pasadas las tres de la mañana…era viernes. El brillo de las luces la atraparon en una telarañas de ilusiones. ¡Las haría realidad con buen trabajo! – Se propuso. Después se vestiría elegante, como esas mujeres que caminaban a su lado, dejando a su paso el halo etéreo de algún perfume francés. Clareaba el alba cuando encontró una pieza compartida en un conventillo. Estaba acomodando la poca ropa que traía, cuando entró su compañera de cuarto. Alta, morena y delgada, de labios grandes pintados de rojo carmesí y de tristes ojos grises.
-Soy Marga y vos ¿Cómo te llamás?. Le preguntó con vos ronca a modo de saludo, mientras tiraba, con gesto cansino, la carterita plateada sobre su cama.
Me llamo Carola…Carola Donato…
Le respondió bajando los ojos, mirando su ropa gastada y sus zapatillas sucias de barro. No pudo dejar de compararse con ella.
-Sos una piba de barrio…se te nota.¿A que viniste a la capital?. ¡A trabajar…?Sin esperar respuesta, Marga siguió hablando.
-Mirá piba si buscás un laburo honesto estás perdida. Sos joven y hermosa, con ese cuerpo y tu belleza podés revolear la carterita o buscar un punto con guita que te banque. ¡Acá… otra cosa no te queda!.
-¡Pará…! Contestó Carola –Yo vine al centro para cambiar mi vida, ayudar a mi familia, progresar, conocer otra gente…Si hubiera querido prostituirme lo habría hecho en mi barrio ¡No tan solo las polacas pueden trabajar en los lupanares!
-En eso tenés razón- dijo Marga. Las francesitas que traen para Buenos Aires, apiñadas como tropilla de yeguas en los barcos, las arrean para trabajar aquí, en el centro, y son las más caras. Pero se puede laburar igual…Mientras se desvestía Marga seguía hablando…
-Pensalo piba, volvé a tu barrio, perderás todo lo que ahora no valorás, pero mañana llorarás al recordarlo y ya no tendrá remedio. Terminarás como yo, sin futuro, asqueada, gastada por la noche…
-Es que vos sos…Marga no le dejó terminar la frase.
-¡Si!, soy una rea. ¿Que pensabas que era? ¿Una niña de la alta sociedad…?Rió a carcajadas, hasta que la tos del faso la detuvo.
-Llegué como vos-dijo Marga-, buscando un laburo para ayudar a mi padre enfermo y a mi hermana menor. En el barrio no pasaba nada. Aquí, enseguida conseguí trabajo en un taller de costura. ¡No me alcanzaba el sueldo ni para comer!. Quise coser en la pieza, y con los últimos pesos me compré una máquina, pero a la mujer que paga una buena tela, no le confecciona el vestido una costurera de conventillo. Comencé a rodar cuesta abajo y una tarde, ya ni recuerdo cuando, tuve que dejar la pieza, hacía dos días que no comía. Vagué por las calles. Me costó mucho el primer levante,. Al cafisho de la zona le tuve que dar su parte para poder trabajar. Me marcó el dinero fácil…la ropa cara. Luego vino el alcohol, las drogas…¡Más hombres! ¡Más dinero! Y el corazón que gota a gota se me vaciaba sin darme cuenta.
A Carola Donato le costó entender las últimas palabras, iba apagándose la voz de Marga mientras se dormía. El sol ya estaba alto, decidió salir a comprar té y un poco de pan. Fue a la cocina común, hirvió el agua y se hizo uno. Comió un pancito, lavó la taza y salió a buscar trabajo. Se dio cuenta en la calle que no se había cambiado la ropa, ni las zapatillas con barro. Recorrió las calles del centro, preguntó en los comercios, en los puestos callejeros y nada ¡Nada!. Regresaba al conventillo, cuando en una tienda leyó un carterl que decía: “Se necesita muchacha para taller de costura”. Carola se quedó paralizada. ¡Como Marga!-Se dijo. Recordó el relato de la madrugada, aún reverberaba en su pensamiento la tristeza del final. Pero a ella no le iba a pasar lo mismo, ¡A nooo…!¡Bien se iba a cuidar!
Cuando entró en la pieza, Marga estaba levantada. Sin maquillaje, resaltaban sus ojeras amarronadas. De cada comisura de los labios, salía una línea que parecía tironearlas hacia abajo, dándole una expresión de congoja que se hacía más intensa, al mirar sus ojos tristes.
-Hola saludó Carola.
-¿Cómo te fue? Seguro fuiste a buscar laburo…Me hacés acordar a mi, cuando legué llena de fe…-murmuró Marga.
-Regular-respondió- Esta tarde iré a ver uno que ofrecen.
No le dijo que era de costurera en un taller. Nunca supo porqué. Se hizo otro té y le sirvió uno a Marga, ella lo bebió callada, como observándola. Carola se acostó un rato, estaba cansada y se quedó dormida. Cuando despertó por la pesadilla, el corazón parecía querer escapársele al galope del pecho. La recordó con angustia. Como en una secuencia fotográfica, pasaban veloces sus imágenes: ella con un vestido de percal escotado; ella pintarrajeada y riendo borracha, con una copa de champagne en la mano; ella mostrado embelesada sus alhajas; ella insinuándose a un hombre; ella y miles de manos sarmentosas queriendo tocarla. Se despertó cuando le arrancaban el vestido a tirones y, llorando, trataba de cubrir su cuerpo desnudo. ¿No sería un aviso?-Se preguntó asustada. Concluyó que la historia de Marga y el cansancio fueron las causas de la pesadilla.
Preguntó al dueño del conventillo cómo hacía para llegar al taller y le mostró la dirección que había anotado. Lo encontró sin dificultad y la atendieron enseguida. La encargada fue muy clara, debía cumplir una jornada de doce horas y el sueldo que le ofrecían, no le alcanzaba ni para pagar la pieza. Vagó por la ciudad sin rumbo y cuando llegó, Marga ya no estaba. Había dejado descubierta la máquina de coser…¿Acaso era adivina? ¿Cómo supo que el trabajo que fue a ver era en un taller de costura?. Carola despertó cuando entró en la pieza, estaba amaneciendo. Se sentó en la cama y le pidió que le contara porque no se había vuelto al barrio. Pasada de copas, Marga a los tropezones, comenzó su relato.
-Con una amiga del barrio nos vinimos al centro. Ella retornó al arrabal, yo me quedé, había comenzado a yirar. Le contó a mi padre y le dijo donde encontrarme. ¡La odié por eso!...A lo mejor buscó salvarme. Una noche, al salir del hotel abrazada a un hombre estaban los dos parados frente a mi, al verme, mi viejo con la mano libre se tomó la cabeza y con la otra sostenía a mi hermana que, con ojos asombrados nos miraba sin entender. Quiso soltarse y correr para abrazarme, pero él se lo impidió con firmeza. Y yo corrí…corrí…¡Huí avergonzada!.
Por un momento quedó en silencio, como detenida en el recuerdo, y con la lengua pesada por el alcohol, siguió hablando.
-Todos los meses les enviaba una carta y dinero. Pero a partir de aquel día, mi padre medevolvió las cartas sin abrir. Hace de esto cinco años. Al comienzo me amargó-sabés. Con el tiempo vino la resignación y dejé de enviarlas. ¡Mirá!, ves…en este cofre están todas, hasta las del mes pasado. Por eso sigo viviendo en el conventillo- viste. Nunca quise aparejarme, por el asunto de la guita para ellos – me entendés…Y las lágrimas corrían por sus mejillas, dibujando una línea clara en el maquillaje.
Carola Donato esa mañana se despidió de Marga, decidió volver a La Boca. Le había sustraído antes de partir un sobre, solo un sobre del cofre. Cuando bajó del tranvía, contempló su barrio con mirada nueva. ¡Como descubriéndolo recién!. Los perros del corralón no le ladraban. Miró las veredas altas; las casitras multicolores de chapa y madera sobre pilotes; los conventillos poblados de inmigrantes; el Riachuelo y sus barcos; el puerto y el trabajo incesante de los hombres. Toda La Boca era como un cuadro palpitante y vivo de Quinquela Martín, el pintor de su barrio. Había vuelto al arrabal donde nació, bullicioso y alegre; de criollos ye inmigrantes; de tango y tarantela. El bandoneón del tano Benito la recibió con un gotan bien canyengue. En la puerta de su casa bailó unos pasos del dos por cuatro, como abrazada a una pareja, y hasta se mandó un corte. Se sentía felz. ¡Que le importaban los faroles de luz mortecina, si atrapó la claridad en esos días!.
Abrió la puerta, era la hora del almuerzo, la familia estaba sentada en la mesa y su plato puesto en el lugar de siempre, como esperándola. Se levantaron todos a los gritos y la abrazaron y la palmearon con alborotada ternura. Les contó porque tomó la decisión equivocada de irse y les pidió perdón por la angustia provocada.. Después relató lo vivido, sin omitir ningún detalle. Esa tarde, en la pieza, buscó el sobre para copiar el nombre y la dirección y arriba de la mesa de luz comenzó a escribir. Estimado señor Ventura Soler: Quiero contarle que Marga, es muy infeliz. Se que lo avergonzó su trabajo. Vivió siempre en una miserable pieza de conventillo para mandarles más dinero, tiene un cofre donde guarda las cartas que Ud. no abrió y la plata enviada en estos años. Es de buen padre perdonar…Firma Carola Donato. Estaba segura que el padre de Marga leería la carta al no conocer el remitente.
Habían pasado ya tres meses, siempre recordaba a Marga, pero en esos días, más que nunca. Esa tarde, estaba en el patio regando los geranios, cuando la madre le avisó que la buscaban. Salió a atender. ¡Marga…!. Es Marga, gritó…Se abrazaron con cariño. Estaba radiante, casi no se notaban sus ojeras, las líneas que salían de la comisura de sus labios . apenas tironeaban hacia abajo y sus ojos grises parecían menos tristes. Había buscado la dirección en la carta que Carola envió a su padre. Sentadas en el patio le dijo que, como a la semana, el viejo la fue a buscar al conventillo, la quiso llevar pero ella ya no podía volver al barrio, la noche del centro la había devorado. En sus ojos brotaron chispas de alegría y por primera vez la vió sonreír, cuando le contó que se visitaban. Carola Donatto se quedó en la puerta mirándola partir, hasta que Marga se perdió al doblar en una esquina. A ella le debía haber vuelto al hogar y pensó que, quizá su destino, era rescatar del tragadero de la noche a pipiolas como ella…
María Noemí Docampo (Alta Gracia, Córdoba)
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