Crónica
por Rubén A. Fiorentino

Hacía precisamente alusión a la
temperatura ambiente porque eso no hizo mella en los tantos que nos dimos cita
en el Instituto Román Rosell de San Isidro para presenciar el nacimiento de esa
criatura que resulta ser la obra de un realizador.
El salón principal lucía como en las
mejores jornadas destacándose como siempre el órgano canadiense que sirve de
fondo al escenario, las filas de pupitres cuidadosamente ordenados dispuestos a
ambos lados de un pasillo central, una mesa con los ejemplares que después de
la presentación se pondrían a la venta a la entrada y otra dispuesta perpendicularmente
a ella para albergar las vituallas con las que el bueno de Laureano convidaría
a posteriori a los presentes.
El techo alto y los grandes ventanales
con sus respectivas cortinas completaban lo que hace a la decoración.
El calor a la tarde fría lo daría
primero la hospitalidad con la que hicieron gala los dueños de casa
representados por Fernanda Cervera responsable
del área de cultura de la institución anfitriona y luego esas charlas previas
con amigos de SADE Zona Norte, amigos y familiares de Castaño, María Laura Vicenti representante de Centro de Día Ana Goitía para Adultos Ciegos y Disminuidos Visuales, la entidad que núclea a los no
videntes y con dificultades de visión del vecino partido de San Fernando y
público en general.
Pero claro la presentación no consistía
solamente en establecer mi juicio de valor personal sobre las bondades de la
obra, sino que requería también, alguna lectura de muestra que pudiera
despertar el interés de los presentes y para ello Laureano escogió uno de los
tantos cuentos que suma las páginas del libro, para que yo lo leyera.
Sin dudarlo arremetí con la lectura cuidando de darle vida a cada uno de los personajes tratando de traducir con mis palabras esas vivencias relatadas en el papel por el autor. Me tocó en tantísimas oportunidades escuchar de sus propias bocas obras de amigos que incursionan muy bien en la escritura pero que al dar a conocer sus trabajos le imprimen una monotonía que fatalmente los desluce y me cuidaba de no caer en ello.
Creo haber logrado el objetivo porque pude
mantener la atención en la sala, que hasta llegó a disculparme algunas “malas
palabras”, que emplea Laureano en su relato plenamente coloquial, que yo
pronuncié fiel a la lectura.
Aplausos y vítores celebraron el cuento “Polleras”
que pinta un Laureano de edad escolar y sus primeras vinculaciones con el sexo
femenino.
Mientras esto sucedía música de tango le
daba marco sonoro al recinto, Carlos Bianchi, un operador no vidente iniciaba ese muestrario
de música de Buenos Aires con De academia, tango emblema del Centro Cultural
del Tango Zona Norte seguido después con otras fenomenales obras que marcaron
la década del cuarenta donde por supuesto no podía faltar grabaciones de la
dupla Troilo-Fiorentino.
Silenciada la música y creyendo
necesario hacerlo, Laureano reveló el cargo que ejerzo en la entidad que
represento y también mis inquietudes en la poesía pidiéndome que hiciera conocer
al público algunas de mis obras como parte de esta jornada con las letras.
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