Se sumó a la barra de Pichuco
Por Rubén Fiorentino
Nunca pensé tener que escribir
esta despedida. El 11 de Agosto de 2015 ingresará en mis recuerdos como un día
particularmente triste porque si bien pocas horas antes había pasado por la
habitación que lo alojaba en el sector de terapia intensiva del Hospital de San
Isidro, conservaba la tenue esperanza que el “gomía” Aníbal Hugo Gabarrella zafara de esa situación
delicada. No pudo ser, el de arriba dispuso que terminara el sufrimiento y que
pudieses encontrar el descanso eterno. Quizá con egoísmo de nuestra parte
hubiésemos querido retenerte más tiempo pero como dice el “gotan”, “contra el
destino nadie la talla”.
Fue una dicha que ingresaras en
mi vida y un placer haber compartido tantos momentos gratos. También de los
otros cuando llegó la “malaria” y tu generosidad sin límites brindándote por
los que creías tus amigos casi te hace perder el techo donde abrigaste tantos
sueños. Recuerdo tu devoción por la viejita, Doña Ema que hasta el instante
final veló por ese “chico grande” que tenía en casa. Tu idolatría por “Pichuco”
que le dio pie a tantos para calificarte como a “su viuda”. Tu emoción
desbordante cuando recitabas un poema trasmitiendo todo ese fuego que guardabas
en tu interior…
Fuiste parte fundamental de ese
puñado de “locos visionarios” que aquel 18 de Septiembre de 1997 fundaron el
Centro Cultural del Tango Zona Norte. Artífice absoluto de que alguna vez tuviéramos
una sede, en ese local de la calle Pirán que antecedía a tu propiedad que otrora
fuera un lavadero industrial y cada vez te ocasionaba más dolores de cabeza.
Allí permanecimos ofreciendo, parafraseando aquel famoso anuncio publicitario
del “aceite bueno y barato”, tango de jerarquía
sin cargo alguno hasta que tu generosidad sin límites brindándote por pseudo
amigos que se aprovechaban de ello te obligó a resignar ese techo que te cobijaba.
Recuerdo aquel libro que te
animaste a escribir sobre la vida y trayectoria de tu admirado referente,
prologado, nada más ni nada menos que por Roberto Peregrino Salcedo. Aquel
poema que te escribí augurando reeditar en nuestras personas aquella dupla
fundamental del tango…Troilo-Fiorentino y el que vos retribuiste con versos que
nunca supe si merezco.
Cómo olvidar el día que el
“soltero empedernido” se rindió al matrimonio y una nueva etapa como “pasivo”
que no fue tal porque la noche tiraba y había que anunciar o interpretar algún
poema como solo vos podías hacerlo. Ya había quedado atrás aquel librero de la
diagonal Salta amado por los clientes y el conductor de aquel ciclo radial
exitoso que te pintaba de cuerpo entero…Tangos al mediodía entre “gomías”.
Te fuiste Hugo y ese vacío es
imposible de llenar haciendo mías las palabras del gran Julián Centeya se me
ocurre decir “…Se las tomó una cheno de
descuido y me dejó un recuerdo lacerante. ¿Qué mundo habrá encontrado en su apoliyo, si
es que hay otro mundo pa´ los que se piantan? Sin duda el cuore suyo se hizo
grillo y su mano cordial…es una planta…”
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