Por Rubén Fiorentino
No podría establecer donde y porqué nace la manía de ocupar el último lugar de las cosas. Lo cierto es que, en el tango como en la vida, muchas veces buscamos afanosamente guardar para nosotros ese sitio. Acaso cuando pibe cantar “cola” para el juego de bolitas o figuritas, quizá para conocer de antemano la jugada del otro, en la escondida, para ser el último en librar solidariamente “por todos los compañeros” o en el colegio cuando nos interesaba ocupar el último banco, tal vez para gozar de una menor exposición. Seguramente lo que no deseamos nunca fue que nuestro equipo de fútbol favorito ocupara el último lugar de la tabla de posiciones.
Claro, el tango, que acaso sintetiza en aproximadamente tres minutos, una historia de vida, no podía ser ajeno a esa arraigada costumbre y en consecuencia gestó y sigue gestando títulos afines.
Usando el término ultima/último, gramaticalmente como adjetivo o adverbio, se encargó de otorgarle el lugar preciso a cafés, citas,
copas, curdas,
esquinas, faroles, grelas, guapos, organitos
y otras tantas cosas más.
La placa sonora resulta un indispensable
elemento para perpetuar en el tiempo esas composiciones e indudablemente la
tarea de los difusores de tango es brindarlas a la consideración del potencial
oyente, ávido de escuchar las muy buenas obras elaboradas al respecto o en este
caso quienes escribimos para ofrecerlas a los ocasionales lectores. Obviaré en
este artículo a las obras más populares pertenecientes a este rubro, acaso
porque todos las identifican sin dificultad alguna.
Como corresponde, por una cuestión de
caballerosidad hacia el otro sexo, se me ocurre comenzar por el adjetivo o en
su caso el adverbio, en su género femenino.
Ya de salida nomás aparece una página
memorable concebida por Antonio Blanco y Julio Camilloni que llevó por título
La última, que se realza en la interpretación de Aníbal Troilo, su orquesta y
el cantor Ángel Cárdenas (25-9-1957).
Un vecino ilustre de “mi patria chica”,
San Isidro y más precisamente la ciudad de Beccar, Juanca Tavera, describía
para La última esquina, un paisaje barrial conocido -” Domingo de ilusión, el
baile en el Social, y el ansia de estrenar aquel traje marrón. Doblar de
madrugada, fraseando en un silbido, la última esquina del barrio dormido”-. No
se quedó solamente con la esquina mi vecino, también se atrevió con las
precipitaciones y así dio vida a Las últimas lluvias de marzo -“Estoy donde
empezó el amor, hay algo de tu voz en las últimas lluvias de marzo”-.
Oscar Testoni French en su doble condición de músico y letrista, da vida a La última flor, donde en un inicio nada auspicioso inaugura la obra expresando - “Aquella última flor que me diste, una imagen adornando está. Es mi viejita que ya no existe, a quien yo le di, la flor de tu maldad”-.
Graciela Pesce, a la que no quiero dejar
de mencionar, por su intensa labor generando tangos para niños, tuvo la
inspiración de escribir La última mema, refiriéndose de ese modo al clásico
útil donde los niños ingieren la leche.
No sería esta la única singularidad
expresada en tango, también La última molleja mereció el suyo, fruto de la
inspiración de mi amigo Lucio Arce, singular cantautor que sabe darle a sus
obras el tinte de gracia que las hacen especiales.
Ese tremendo poeta que es otro “gomía”, Alejandro Szwarcman escribía para La última tentación de Gardel “Quisiera alguna vez dejar de ser Gardel. Huir de mí. Tal vez no ser eterno. Envejecer. Cantar peor que ayer. Bajarme del avión y nunca más partir”. El mismo Szwarcman reincide en el postrer orden en Réquiem para la última esquina - “Será una cenicienta oculta en el cemento, capricho del olvido, mojón de soledad. Y cuando la piqueta se clave en sus entrañas será la última esquina que tuvo la ciudad”-.
Graciela D´Angelo también responsable de letra
y música daba vida a Última etapa - “Amé sufrí, viví mi vida. Todo lo he dado,
también me han herido. Igual estoy en paz en mi casa y en esta última etapa hay
abrigo para alguien más”-.
Un letrista también contemporáneo, José Arenas, escribe estos versos para Ultima función - “Si nos abraza la tristeza caprichosa de una pasión que no ha empezado y ya termina- porqué seguir con este teatro improvisado si es el final de una función que no está escrita”- El mismo letrista reincidiría con Último beso - “Ella tangueo en sus brazos un abrazo y lo besó con la tristeza puesta. Último beso con signo del pasado de las cosas, los amores y la ausencia”-.
Un letrista y poeta tradicional, Armando
Tagini, escribió los siguientes versos para El último acorde, página que no
alcanzó la repercusión de sus tangos emblemáticos, El cornetín del tranvía,
Gloria, La gayola, Misa de once, Mano cruel, Marioneta, o Perfume de mujer, por
citar algunos -”Mi perdón es como el último acorde que suena, que en la sonata
doliente de mi alma serena, le arranca al cordaje de mi corazón”-.
Otro talentoso poeta contemporáneo, también del círculo de mis selectas amistades, Matías Mauricio, expresaba para El último adiós -“Adiós, te digo adiós y me dan ganas de llorar, de odiar al sol que alguna vez nos vio trepando la ciudad”-.
Cabe consignar que existe una página anterior de igual título, pero en tiempo de vals, concebida por Juan Santini y Nicolás Trimani, que llevaron al disco en el sello Odeón Rodolfo Biagi y su orquesta, con el canto de Andrés Falgás el 27 de marzo de 1940.
Sin duda un abonado a esa secuencia ordinal,
último/a fue Cátulo Castillo. A sus conocidos El último café, El último farol y
La última curda, debemos sumarle otro más ignoto, El último cafiolo, donde de
esta manera versifica - “Él era solo el último cafiolo lanzado en el final del
tobogán, sin fiestas de champán ni de nebiolo, cruzando triste y solo el
macadán”-.
Otro talentoso contemporáneo, Ernesto
Pierro se suma a la larga lista con El último juglar -“Saldrá no se de donde
con su cabello al viento, con su vieja guitarra, su estampa de juglar; la risa
dulce y franca, la barba larga y blanca, los ojos que parecen que miran más
allá”-.
Un cantor que supo destacarse nada menos que en las filas de Aníbal Troilo -hablo de Tito Reyes-, se atrevió a escribir para El último zorzal -“Cualquier día de estos a la hora cierta, que la luz del alba comience a brillar, junto con los duendes y un último tango se irá sin regreso el viejo zorzal”-.
El oriental Federico Silva, como para no
dejar afuera a los “yoruguas” de esta situación, concebía con música de nuestro
compatriota Luis Stazo, Hasta el último minuto - “Hasta el último minuto sin
pensar, como si fuera cada beso tuyo el final, final. Como dos que se
encontraron y se amaron después de la esperanza de soñar”-.
Un talentoso contemporáneo, Chico Novarro supo escribir el bolero El último acto, que algún tanguero tradicional osó llevarlo a tiempo de tango y también de El último round, obra ésta que mereció una monumental grabación de Rubén Juárez -que también llevó al disco El último farol, La última grela, El último escalón, La última cita- con el marco musical de Raúl Garello y su orquesta y otra del propio autor, también con Garello, que data del 3 de diciembre de 1980.
Por último, para estar a tono con la propuesta, quiero citar a Reinaldo Yiso, el mismo de Bailemos, Cuatro líneas para el cielo, El bazar de los juguetes, El clavelito y fundamentalmente El sueño del pibe, que se anotaba con Y el último beso -“El último beso, te suplico mi vida, traspásame el alma, con tu beso querida. Un beso de fuego que me queme los labios, un beso que nunca, nunca pueda olvidarlo”-.
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