jueves, 17 de junio de 2021

Llanto en 2 x 4

 



POR RUBÉN FIORENTINO

El tango suele retratar momentos tristes y también momentos alegres. Cuando te tienen que dar dos noticias, una mala y una buena, generalmente siempre optas porque te cuenten la que enumeré en primer término y después la otra.

En consecuencia, entre llorar y reír, en esta oportunidad saquen sus pañuelos, porque le voy a dar crédito al llanto y su unidad de medida, la lágrima.

Tampoco es para alarmarse demasiado porque ambos extremos muchas veces se tocan como acaso Reír para llorar (Aníbal Iturriaga, Pedro Arroyo, Luis De Biase), Reír llorando (Orlando Berlingieri, José Luaces) Lágrimas y sonrisas (Pascual De Gullo).
Esa dicotomía la plantea Francisco Gorrindo en Las cuarenta, cuando sentencia llorar cuando lo hacen los otros y reír con la murga. Claro que la unidad de medida señalada en el enunciado también se consideraron las fracciones de ella, las lagrimitas. Así podemos comenzar por Una lagrimita (Augusto Paredes), para seguir derramando más de ellas como Lagrimitas de mi corazón (de los dos Enriques, Rodríguez y Cadícamo) y Lagrimitas para qué (Orlando Trípodi, Luis Carlos García y Ricardo Otero).

En cuanto a las lágrimas los gestores de esta música que nos atrapa, las llegaron a agrupar por cantidades que van desde Una lágrima (Nicolás Verona y Eugenio Cárdenas), -diré como al pasar también, que con este título existen dos valses (José Rebolini y Juan Durante y Agesilao Ferrazano, respectivamente), Cuatro Lágrimas (Lito Bayardo),
Siete lágrimas (Enrique Maciel - Héctor Pedro Blomberg) y cero lágrimas, o sea Sin lágrimas (Charlo - José María Contursi).

Hay quienes les adjudican propiedad a las lágrimas, Una lagrima tuya (Mariano Mores - Homero Manzi) y Mis lágrimas (existen dos títulos homónimos, uno de Ángel Maffia - Enrique Cadícamo y otro más cercano en el tiempo de Juan Martí - Marvil, ambos son tangos).

Mario Vignale en 2005 hasta se atreve a darle un color y concibe el vals Lágrima gris. También hay quienes delatan el elemento que las constituye Lágrimas de sangre (Roberto Giménez) o el que las origina, Lagrimas de amor (Juan Canaro – Jesús Fernández Blanco).

Acaso aparezca el que pregona lagrimas para siempre, el caso de Lágrimas eternas (estos son los Franciscos, Lauro y Brancatti)


y otros que las pintan en tamaña cantidad como para escribir Lluvia de lágrimas (acá son los Robertos, Pansera y Lambertucci).

Otros solo se quedan satisfechos con señalar que son más de una, es decir, utilizando el plural Lágrimas, que origina tres títulos similares (Arolas, Edgardo Donato - Maruja Pacheco Huergo y el más reciente, fruto de la inspiración de Guillermo Fernández - Federico Mizrahi y Luis Longhi).

Acaso no deba olvidarme de esa lágrima superlativa, el lagrimón, derramado por Alfredo Le Pera en conjunto con Mario Battistella en Melodía de arrabal.

Agotado por propia decisión el tratamiento de la unidad de medida, como di en denominar a la lágrima, pasaré a considerar el sollozo, palabra que la Real Academia Española utiliza para describir al gimoteo, lloriqueo, gemido, etc.

En este punto los creativos del tango se atrevieron asignarle esa posibilidad de expresarse a un emblemático instrumento musical y así surgió Sollozo de bandoneón (Ricardo Tanturi – Enrique Cadícamo), el nacido en Luján autor de ese dupla autoral sensacional con Juan Carlos Cobián se reitera en esa idea en Mientras gime el bandoneón, y también obliga al llanto a un instrumento de cuerdas en Guitarra que llora (música de Oscar Alemán, Gastón Bueno Lobo),


en tanto Amuchástegui Keen “hace llorar a los violines” en Después del carnaval.

Hay quienes hacen vivir esa situación a una manifestación eólica, Gime el viento (Atilio Bruni – Oscar Rubens). En fin, haciendo gala de esa brillante definición de Leopoldo Marechal, “El tango es una posibilidad infinita” seguiremos adelante con ese derrame acuoso incursionando en esas sentencias que responden a títulos como Llorarás mañana, llevado al disco por el sanisidrense por adopción, Oscar Alonso con acompañamiento de guitarras, o acaso Tendrás que llorar, la composición en tiempo de vals de Cristino Tapia que entre otros llevaron al disco Carlos Gardel, Enzo Valentino y Guillermo Rico.

No puedo dejar de mencionar que hay quienes vaticinan que derramarás lagrimas más de una vez y se anotan con Llorarás, llorarás (Hugo Gutiérrez – Homero Manzi),


quienes dicen que lo harás como alguien en particular, Y llorarás como yo (Emma Suárez – Abel Aznar) y Lloró como una mujer (José María Aguilar – Celedonio Esteban Flores) y quienes predicen que por algún hecho puntual romperás en llanto, tal el caso de Y entonces llorarás (Héctor Varela – Carlos Waiss).

Les propongo seguir llorando porque acaso sirva escuchar el pronóstico auspicioso de Enrique Cadícamo en El llorón “a veces llora el que más liga” y entonces como prólogo a un seguro mangazo reparemos en Llorando la carta (Juan Fulginitti).


Los creativos del tango también contemplaron en este festival acuoso el pasado y el presente como sentencia en ritmo de vals Anoche estuve llorando (Carlos Sánchez) y Estás llorando (Juan Alfredo Pedernera – Carlos Russo). Otra página también en el presente, pero no del todo cerciorada de lo que acontece, es seguramente Será que estoy llorando (Astor Piazzolla – Horacio Ferrer).

No podía omitirse el motivo sentimental en esto de generar composiciones con el tema que hoy nos convoca, tal el caso de Llorando tu adiós (Eduardo Cabodevila) y Llorando un amor (Carlos Viván – Raúl Costa Oliveri).

Les doy el tiempo justo para que cambien de pañuelo y prosigo afirmando que el llanto no tiene exclusividades, puedo certificar que Lloró el gaucho (Adolfo Mondino – Celedonio Esteban Flores) y también dar cuenta de El llorar del milonguero (Alejandro Junnissi), el Llanto cartonero (Edgardo Fernández Etcheto, Pedro Colombo y Susana Mir) o Cuando llora la milonga (Juan de Dios Filiberto – María Luisa Carnelli),  pero sin duda los que más llegarán a conmover son el Llanto de madre (Antonio Bonavena) o quizá Tu llanto (Emilio Castaing – Roberto Peregrino Salcedo). 


Hay los que no le ven sentido a la acción de derramar lágrimas caso de Es en vano llorar (Alberto Suárez Villanueba – Oscar Rubens), otros que encaran otras cosas para evitarlo y conciben un tango como Por no llorar (Felipe De Vita – Luis Martínez Serrano y su homónimo en tiempo de vals fruto de la inspiración de Pascual Botti – Domingo Vassalotti – Alfonso Lavieri).

Siempre existen motivos para caer en el llanto y así los justifican en Llorar por tu partida (Julio Rolón – Jorge Padula Perkins) y Llorar por una mujer (Enrique Rodríguez – Enrique Cadícamo).

Otros suplican porque les permitan expresar sus sensaciones de esta manera caso de Dejame llorar hermano (Anselmo Aieta - Francisco Bastardi)


y quienes tratan de buscarle explicación o tal vez contar un hecho sucedido expresando Como me puse a llorar (Gabriel Clausi – José María Contursi).

Existen los que les molesta contemplar el llanto de otros y así lo expresan en No quiero verte llorar (Agustín Magaldi – Rodolfo Sciamarella).


Es válido también llorar por la juventud perdida como bien lo expresa el tango Tiempos viejos (Francisco Canaro – Manuel Romero) “Veinticinco abriles, volver a tenerlos, si cuando me acuerdo me pongo a llorar”.

El amor por una mujer y el miedo a perderla produce en el tango que hasta el más “taura”, en esas circunstancias deba recurrir al pañuelo para enjuagar sus lágrimas como sucede en Malevaje (Juan de Dios Filiberto – Enrique Santos Discépolo) “Si yo, -que nunca aflojé- de noche angustiao me encierro a yorar”, claro eso sí, en privado para que nadie lo vea.

El mendocino Gabino Coria Peñaloza en sus versos suele ser un abonado fiel al llanto caso de Caminito - “No le digas si vuelve a pasar, que mi llanto tu suelo regó”- , El besito -Llorando te despedí la noche de nuestro adiós”- , El pañuelito –“El pañuelito blanco que te ofrecí, bordado con mi pelo, fue para ti; lo has despreciado y en llanto empapado lo tengo ante mí” , El ramito –“Tan honda fue tu pasión, que un día llorando, me diste un ramito, lo guardo en un cofrecito y vela su sueño mi fiel corazón” – La cartita -”Al cerrar esta triste cartita, sonriendo a mi lado mi madre llegó. Y aunque quise ocultarle mi pena, ¡yo se que llorando mi madre me vio!”- , La Vuelta de Rocha –“Muchachita buena, los muelles lo saben, que el viejo Riachuelo sepulcro te dio; una crucecita le dice al que pasa, que el alma de un barrio tu muerte lloró”- , Margaritas –“Con voz misteriosa que yo solo entiendo mi corazón noble latiendo me habló: me contó que un alma, llorando de ausencia, sus dos margaritas también deshojó”- y el más cercano en el tiempo, pues data de 1973, Yo te llevo ante el altar –“Linda novia de mi barrio, linda novia abandonada, hoy te vieron las vecinas hondamente suspirar; hoy te vieron de rodillas silenciosa y desolada, sollozando tu congoja sobre el blanco de tu ajuar”.

Otro de los que rivaliza con él en citar el llanto en sus composiciones, Enrique Cadícamo, se lo niega a los protagonistas de la historia que teje para Por la vuelta.

En este surtido recorrido lacrimógeno reparo que aún no me ocupé de citar al bueno de Catulo Castillo que hizo llorar a “la calesita de la esquinita sombría”

Para darle un cierre auspicioso a tantas lágrimas derramadas en este informe, recurro a mi admirado Reinaldo Yiso, que tantas veces me emocionó hasta las lágrimas con El sueño del pibe. Esta vez recurro a él para recordar su esperanzadora propuesta de Soñemos – “Yo se nunca nadie podrá separarnos, y aún no estando juntos nos une un mismo amor. Acaso en otra vida muy juntos nos hallemos y nunca más lloremos la pena de este amor”-.

Solamente restaría que lo cantara Lágrima Ríos o tal vez Agustín Magaldi que dicen que cantaba con una lágrima en la garganta y “cartón lleno”…

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